Con esa extraña afición de los economistas para descubrir palabras extrañas que dificulten el conocimiento entre los mortales comunes y corrientes, el más novedoso término que se ha puesto de moda, es aquel de ‘blindaje’.
Dentro de un mundo incierto y cambiante hasta la exageración, presumiblemente se trata de los esfuerzos para proteger a cada país de los más perjudiciales efectos de la crisis. Claro que aislarse en forma total –la viejísima ‘autarquía’ que algún momento fuera el ideal de los griegos– ahora ya no es posible, ni deseable siquiera, pero al menos intentarían los gobiernos responsables defender a sus conciudadanos de los peores ‘coletazos’ de la coyuntura que se les plantea.
Y con ese objetivo, se están proponiendo variadas ‘medicinas’ preventivas. Entre ellas, tienen singular importancia las relacionadas con el comercio exterior, al notar que por regla general, los países ricos obtienen sus ingresos de las exportaciones de productos manufacturados y servicios, mientras que los países pobres -y entre ellos penosamente, nuestro Ecuador- alcanzan disponibilidades colectivas gracias a las ventas externas de bienes primarios, de la agricultura, ganadería, minería, pesca, y otros semejantes, como el petróleo, el gas natural, el oro, la carne, el trigo, el arroz, el café, el cacao, las frutas, flores, el camarón, etc.
De esta suerte, para los países pobres suponen aspectos cruciales, esenciales y hasta de supervivencia, los precios internacionales y los volúmenes que les compran los países desarrollados.
En consecuencia, nada más decisivo que conseguir un mínimo de ingresos a través del tiempo. Si alguna vez se elevan los precios eso puede estimarse como una “lotería”, según lo que le ha sucedido al gobierno de Correa, pero si sucede por desgracia el fenómeno contrario, o sea una caída de las cotizaciones, hay que efectuar los mayores ahorros, y negociar las mejores condiciones de “seguros” que eviten colapsos catastróficos, siempre sufridos por los más débiles y vulnerables de la población.
Y por supuesto que en todo tiempo se requiere de una política económica que impida desequilibrios funestos. Y un liderazgo solidario. Y por supuesto también, de un gasto público que materialice la sobriedad, austeridad, realismo y honestidad, que son el polo opuesto de la corrupción.
Entonces si entre la dramática vorágine de los mercados externos, se ha de contestar a la pregunta de si estamos suficientemente ‘blindados’, la respuesta pasará por averiguar si ya se ha contratado un adecuado ‘seguro’ del precio vital del petróleo; si se han abierto nuevos mercados; si hay una activa coordinación de todos los sectores de la economía; si sobre todo, se ha implantado una férrea disciplina del gasto público y de las deudas foráneas.
La respuesta solo puede darla cada ecuatoriano, pero me temo a que muchos rubros deberían contestarse de manera negativa.