Basura

Los hipersensibles tápense los ojos. Lo que voy a decir es fuerte (estoy avisando): como ciudadanos somos una basura. Sí, exactamente lo que leyeron. Desconsiderados hasta más no poder, sin ninguna conciencia de pertenecer a una comunidad, ignorantes absolutos de lo que significan los conceptos ‘respeto’ y ‘amor propio’ hemos convertido a Quito en un basural. Ergo somos unos ciudadanos basura.

Díganme amargada, si quieren. Yo demostraré mi teoría, con hechos.

Este domingo 7, mientras esperaba atascada en un tráfico digno de un viernes a las cinco de la tarde, de las ventanas de un auto situado en el carril contiguo –unos metros adelante mío– caían cáscaras de mandarina. Alegremente, los ocupantes de dicho vehículo arrojaban las cáscaras y los residuos que salían de su boca (es decir, las pepas) al pavimento.

Cuando unos segundos más tarde el semáforo nos puso a la misma altura, bajé mi ventana y les dije: “¿Puedo hacerles una pregunta?”. Los cuatro chicos que iban a bordo me quedaron viendo, y el que estaba a cargo del volante asintió cordialmente. Sin variar el tono neutro pregunté: “¿Ustedes saben que la basura no se bota en la calle?”. Entonces sus expresiones cambiaron rotundamente.

Demudado el rostro, el que manejaba me hizo un gesto de desagrado y me mandó a pastar chivos' Subí la ventana para no escuchar sus groserías, adelanté un poco y me quedé mirando al semáforo fijamente, hasta que empecé a sentir ligeros golpes en las ventanas traseras del auto. Habían empezado a lanzarme las pepas de mandarina que aún les quedaban en la boca.

Esta es apenas una anécdota penosa y asquerosa, muy decidora de quiénes somos; pero el problema de los habitantes de Quito es de fondo, es alarmante.

Es tan grave el asunto que yo no creo que el plan municipal de instalar 1 500 basureros en toda la ciudad vaya a ser efectivo.

Claro que la campaña ‘Tú lo haces limpio’, presentada por el Municipio el mismo domingo que estos ‘ciudadanos’ arrojaban basura a la calle, funcionaría en una ciudad donde a la gente le importe poner los desperdicios en los basureros. Aquí, lo dudo.

Ojalá fuéramos un poco como Nagarote, un pueblo de Nicaragua, donde la gestión de la basura es exitosa, solo porque la gente es incapaz de lanzar un papel al piso o de sacar la basura a deshora. Las personas de Nagarote no tienen grandes presupuestos –ni siquiera tienen alcantarillado–, pero tienen dignidad, se saben seres humanos. Es un caso único en ese país. Envidiable, al menos para quienes vivimos aquí y cuando caminamos por el Centro Histórico debemos esquivar riachuelos de orina humana.

Así es la vida, ¿no? En esta ciudad, si la ‘voluntad ciudadana’ así lo dispone seguiremos viviendo como chanchos en el basural.

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