En la década de los 90, Quito amanecía con paredes pintadas de frases a las que no estaba acostumbrada. El término grafiti aún no era de uso común. Se denominaban pintadas a las consignas políticas de las izquierdas que pululaban en los muros al estilo de: “La educación burguesa embrutece” u “8 de octubre, día del guerrillero heroico”.