Otro ataque a la diplomacia

La autoridad ministerial, asediada por las críticas que ha recibido al declarar persona non grata a la Embajadora de los Estados Unidos, ha enfilado sus dardos contra los funcionarios diplomáticos de carrera, acusándoles, en una de sus acostumbradas generalizaciones, de haber trabajado y servido como espías para la Embajada estadounidense.

Para añadir el insulto a la ofensa, el Ministro les ha calificado -a todos y a nadie- de “espías incompetentes” que “no atinan a nada, lo único que hacen es mentir”. Patiño confiere una especie de calidad probatoria a los informes publicados por Wikileaks -¿solamente a algunos?- y afirma que si una persona aparece una vez en tales documentos, “no significa que sea un informante”, pero que si aparece varias veces sería un “soplón”. Poniendo al descubierto su intención, ha sentenciado que si un diplomático “ha ido demasiadas veces a la Embajada de los Estados Unidos... signifi-caría que tiene su corazón partido, y eso no se vale (sic)”. Haría mejor en renunciar a su cargo, “porque no habrá perdón”.

No es infrecuente que nuestras autoridades, haciendo uso de la táctica de dividir a los ecuatorianos -los buenos y los malos- busquen crear antagonismos internos para fortalecer su base política. Ciertamente, es una buena bandera electoral la de proclamarse defensores de valores irrenunciables como la soberanía y la dignidad y atribuir a los que no comulgan con las ideas del Gobierno conductas de deslealtad con nuestro país.

Creo que, en materia de patriotismo, todos los ecuatorianos estamos con nuestra patria y daremos a su causa la prioridad correspondiente. Pero eso no significa que no podamos señalar, con franqueza y respeto -esta última palabra está borrada del diccionario del poder- los errores que comete el Gobierno.

Pretender que un diplomático que ha concurrido más de una vez a la Embajada estadounidense tiene divididas sus lealtades hasta el punto de estar dispuesto a “traicionar” (esa es la palabra empleada) al país, es haber iniciado, aunque no se quiera reconocerlo, una cacería de brujas.

Sabemos con cuántos complejos y resentimientos juzga el Gobierno al servicio exterior; somos tes-tigos de lo que ha hecho sistemáticamente para desprestigiarlo y destruirlo. No vamos a volver sobre esta materia porque todos la conocen. Pero de allí a acusarlo de “traición” hay una distancia que no puede ser recorrida sino por la más condenable de las irresponsabilidades y apresuramientos.

De aceptar la lógica del Gobierno, de ahora en adelante, la diplomacia debería hacerse sin contactar y dialogar con las embajadas extranjeras. Como somos un Estado soberano, no tenemos por qué escuchar los argumentos foráneos. Deberíamos pensar y hacer lo que el Presidente ordena. Eso es ser patriota, ¡y libre!

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