En una sesión que duró siete horas, parte del Consejo Universitario de la Universidad de Guayaquil nombró a Antonio Rodríguez Vargas como rector encargado del centro de estudios.
Estos días he releído ‘Elogio de la locura’, el delicioso y sabio libro de Erasmo de Rotterdam. La forma de locura a la que se refiere en su obra, según expresa en la erudita dedicatoria a Tomás Moro, es la necedad. Esa necedad que afirma que siempre le ha causado “gran placer” decir cuanto se le “viniera a la boca”. Esa necedad que tiene como la “cosa más natural” entonar “sus propias alabanzas” y darse “bombo a sí misma”.
Por la presente me permito hacer algunas aclaraciones al editorial publicado por el Dr. Antonio Rodríguez Vicéns en Diario EL COMERCIO en la edición de 8 de marzo de 2016. Bajo el título “Degradación de la Justicia” el editorialista, realiza una serie de aseveraciones dirigidas a menoscabar la imagen de la Función Judicial del Ecuador, del Consejo de la Judicatura y del servicio que se presta día a día a las y los usuarios del país.
El mexicano Marco Antonio Rodríguez, arbitró del Alemania-Brasil (7-1) y del Italia-Uruguay en el que Luis Suárez mordió al defensa Giorgio Chiellini, en el Mundial 2014, anunció hoy, 16 de julio, su retirada después de 24 años de trayectoria y tres Copas del Mundo.
El 5 de enero de 1988, el poeta Vitali Shentalinski envió una carta a la Asamblea General de la Organización de Escritores de Moscú: "Durante los años de gobierno soviético se detuvo a unos dos mil escritores, y cerca de mil quinientos murieron en cárceles y campos de concentración… Las circunstancias y las fechas de la muerte de estos escritores se silencian o se falsifican, sus biografías están repletas de lagunas, y en las enciclopedias y obras de consulta se citan datos falsos… Durante las detenciones se les confiscaban sus manuscritos y sus archivos… Cabe la esperanza de que una parte de esta documentación permanezca intacta. ¡Tratemos de salvarla!" Sugirió que se formara una comisión especial para iniciar una investigación.
Franz Kafka ha sido considerado por los críticos literarios uno de los grandes renovadores de la novela contemporánea. 'El castillo' y 'El proceso', decía Jorge Luis Borges con su característica sapiencia, ya son parte de la memoria de los hombres. Llegó a considerarlo el mayor clásico de su siglo. "Kafka vendría a ser -le comentó a Osvaldo Ferrari- el gran escritor clásico de éste, nuestro atormentado siglo. Y posiblemente será leído en el porvenir, y no se sepa muy bien que escribió a principios del siglo XX… Todo eso puede olvidarse: su obra podría ser anónima, y quizá, con el tiempo, merezca serlo. Es a lo más que puede pretender una obra…" El propio Borges afirmó que Kafka era "desesperado y abrumador" y que sus novelas son "sórdidas pesadillas": una expresión de la angustia del hombre de nuestros días. Pero la lectura de 'Cuando Kafka vino hacia mí…', una recopilación de recuerdos de quienes lo conocieron, me ha dejado una imagen diferente, humana e integral, de este enigmático e
El 12 de agosto de 2008, hace más de cinco años, antes de que se apruebe la Constitución en la consulta popular, escribí: "Una lectura minuciosa, artículo por artículo, del proyecto de Constitución elaborado en Carondelet y aprobado en Montecristi, con cambios incorporados a última hora con trampa y mañosería, permite introducirnos en un texto excesiva e improcedentemente extenso, alejado de la más elemental y aconsejable técnica jurídica, poco coherente y sistemático, contradictorio, farragoso, repetitivo, con vacíos incomprensibles pese a su pretendida prolijidad y su reglamentarismo, con novelerías rayanas en la puerilidad y la tontería y con una redacción ambigua y recargada, que, más allá de los ocasionales aciertos, nos llena de confusión e incertidumbre. Es un bodrio.
Hay temas que nuestra sociedad, cada vez más acostumbrada al silencio y la sumisión, trata de olvidar. Hay temor. Los acontecimientos del 30 de septiembre de 2010, en aras de la construcción de un mito, no son analizados. El contenido del decreto ejecutivo que conformó una comisión para 'investigarlos' no ha sido -ni será- debatido. Con el pretexto de la "cooperación de la Función Ejecutiva" (¿la cooperación se impone?) y del fracaso de la Función Judicial, que "aún no ha logrado esclarecer la totalidad de los hechos acontecidos" (¿hay hechos que no acontecen?), ¿no es acaso ilegal integrar una comisión para sustituir a la Fiscalía en el ejercicio de una de sus tareas privativas, destruyendo su independencia reconocida en la Constitución? El decreto, con su contenido aberrante, claramente inconstitucional, no resiste el más sencillo análisis jurídico. En sus considerandos sostiene, por ejemplo, que el 30 de septiembre "se produjo un intento de magnicidio dentro de un frustrado golpe de
Dos hechos importantes han sucedido en estos días: la incorporación de Fabián Corral a la Academia Ecuatoriana de la Lengua. Qué bueno que un lector ocupe un sillón como miembro de esta Academia. Y no solo un culto lector, sino un periodista de fuste y sin atisbos de cobardía para comentar todo lo condenable de este país (lo mismo que Antonio Rodríguez Vicéns. ¿Otro candidato para la Academia?, ¿o ya lo es?).
El artículo 62 de la Constitución establece que los ciudadanos “tienen derecho al voto universal, igual, directo” y secreto. Pero, contradictoriamente, el artículo 143 añade que el presidente y el vicepresidente de la República “serán elegidos por mayoría absoluta de votos válidos emitidos”, con exclusión de los votos nulos y en blanco. Si el derecho al voto es igual para todos, ¿por qué el voto de unos ciudadanos sirve para determinar los resultados y el voto de otros no? ¿Por qué los votos nulos y en blanco no se toman en cuenta para el cálculo de porcentajes y el establecimiento de mayorías y minorías? ¿Por qué carecen de valor electoral y político? ¿En qué queda esa teórica igualdad? Ese artículo 143 contiene una distorsión conceptual (otra más), para favorecer al candidato con más posibilidades de triunfar. En efecto, existe mayoría absoluta, que se diferencia de la mayoría especial y de la mayoría simple o relativa, cuando un candidato recibe más de la mitad de los votos de la to
En el ‘Eclesiastés’, uno de los libros bíblicos que con más frecuencia releo, se dice que hay “tiempo de callar, y tiempo de hablar”. Los nuestros -los que soportamos- no son tiempos de callar. ¿Cómo callar ante la consolidación de un proyecto político autoritario, destructor de las instituciones y concentrador del poder, descalificador y excluyente, alienante y maniqueo, abusivo y atropellador? ¿Cómo callar ante el éxito de una política lumpen, sustentada en la degradación de los valores y el desgaste de la palabra, el irrespeto a la dignidad ajena, la ofensa y el insulto rutinarios, la burla y el escarnio para quienes disienten y la transformación del resentimiento y el revanchismo en virtudes sociales?
Una carta enviada por un lector a este diario me ha recordado una lejana lectura. Marcos Aguinis, en ‘El atroz encanto de ser argentinos’, hizo un breve análisis de las características más notables del peronismo, el ‘fascismo criollo’, que demuestra, a la luz de acontecimientos que estamos padeciendo, que algunos procesos políticos, calificados como originales y ‘revolucionarios’ por sus propios actores, no son más que una burda copia, actualizada y con retoques inevitables, de los del pasado. “Luego de tomar el mando actuó con la velocidad del rayo para instaurar una suerte de dictadura legalista: se mantendrían las instituciones de la Constitución, pero debilitadas y sujetas a su poder unipersonal”.
La legislación de la ‘revolución ciudadana’, más allá de las novelerías formales cercanas a la tontería y de su mala redacción, incorrecta y pedestre, se caracteriza por la ambigüedad, la imprecisión, las contradicciones, los vacíos y una inocultable tendencia a la concentración del poder, la limitación de las libertades, el control y la represión. No es para todos. Ni siquiera para las mayorías. Es el instrumento para beneficiar a la minoría que ejerce el poder. La reforma al artículo 203 del falazmente llamado Código de la Democracia, publicado en el Registro Oficial del 6 de febrero de 2012, es un ejemplo. Es un texto represivo, ambiguo, impreciso e incompleto.
Ante una reciente investigación periodística, documentada y seria, que demuestra un sospechoso manejo para la monopolización del transporte de la urea, el dictador de Carondelet ha reaccionado con sensatez y cordura. “Que la Contraloría haga lo que le dé la gana”, ha dicho. Es una frase admirable, que refleja sus altas dotes de estadista equilibrado y responsable, su indeclinable respeto a la independencia de las instituciones, su insaciable búsqueda de la verdad en todas las irregularidades que han sido denunciadas, su obsesivo anhelo por imponer una conducta de honestidad y transparencia en el quehacer gubernamental y, en último término, su efusivo reconocimiento a la tarea crítica de la prensa.
Si nos preguntáramos sobre el sentimiento que predomina en la mayoría de ecuatorianos frente a los acontecimientos públicos, talvez tendríamos que responder que es el de la indiferencia. Indiferencia ante los constantes atropellos al sistema jurídico. Indiferencia ante el debilitamiento y la destrucción de las instituciones. Indiferencia ante la manipulación judicial. Indiferencia ante el discurso maniqueo que nos divide en buenos y malos y denigra a quienes piensan diferente. Indiferencia ante el servilismo degradante. Indiferencia ante el abuso del poder y el dispendio de los recursos estatales. Indiferencia ante los actos de corrupción. Indiferencia ante la mentira, el cinismo y la impunidad…
El 27 de febrero de 1940, seis meses antes de su asesinato, León Trotsky comenzó a redactar su testamento. “Moriré siendo un revolucionario proletario, un marxista, un materialista dialéctico y, en consecuencia, un ateo irreconciliable”. Interrumpió el trabajo, levantó la vista, miró brevemente hacia la ventana, observó en silencio a su mujer, y luego continuó: “Natasha se acerca a la ventana y la abre desde el patio para que entre más aire en mi habitación. Puedo ver la brillante franja de césped verde que se extiende tras el muro, arriba el cielo claro y azul y el sol que brilla en todas partes. La vida es hermosa. Que las futuras generaciones la libren de todo mal, opresión y violencia”.
A pesar de que la lista de presidentes de nuestra crónicamente vapuleada Función Legislativa es larga y variopinta, no tengo ninguna duda de que, entre los últimos, el peor, el más inconsecuente y nefasto, ha sido Fernando Cordero. ¿Por qué? ¿Qué parámetro he utilizado para hacer la valoración y llegar a esta tajante conclusión? El siguiente: un buen presidente, al concluir su administración, deja fortalecida a la institución que ha representado; un mal presidente, en cambio, desprestigiada y, más aún, debilitada. Nunca antes como hoy nuestra legislatura ha sido limitada y coartada en el ejercicio de sus atribuciones: es, en resumen, una Asamblea decapitada. Analizaré brevemente esta afirmación.
Muchas veces me he preguntado si el proyecto político del dictador de Carondelet es nacional o personal. Un proyecto nacional debe ser incluyente, abierto, basado en el respeto y los consensos, construido con el conocimiento y la participación de todos los sectores de la sociedad: un proyecto, como decía Ortega y Gasset, de vida en común. Un proyecto personal es el resultado de la ambición desmedida, la visión providencial de sí mismo, la pretensión de intangibilidad y el convencimiento de que carece de controles y límites. Es parcial y excluyente. Está basado en la intolerancia. Es descalificador y maniqueo, egoísta y utilitario, demagógico y manipulador y, en última instancia, mesiánico y autoritario.
Montalvo no fue socialista. Hacerlo aparecer como “uno de los doctrinarios adelantados del pensamiento marxista” constituyó un esfuerzo sin sentido de un sector político ecuatoriano. La verdad es otra: su actitud hacia el socialismo fue negativa. El socialismo y el comunismo, escribió, son “azotes de las sociedades modernas”, tienen su “cuna en el despotismo” y amenazan “de muerte a personas e instituciones”. En ninguna de sus obras me ha sido posible encontrar una expresión de simpatía. “De la lectura de los materiales literarios hasta ahora conocidos, como asimismo de otros documentos de la época -concluyó Arturo Andrés Roig-, lo que surge es que no sólo no podríamos considerarlo ‘socialista’ -y mucho menos ‘marxista’ o ‘premarxista’- sino que tampoco tendríamos pie para afirmar rotundamente que se aproxima a los ‘socialistas utópicos’ o a otros escritores o luchadores próximos a ellos…”
No me sorprendí cuando leí que el dictador de Carondelet (que ha olvidado, con su característica memoria selectiva, que debutó en la política nacional como consecuencia de un golpe de Estado) ha afirmado que la marcha indígena fue “golpista”. No sé si sonreír o lamentar la alta dosis de cinismo que contiene esta absurda acusación. He insistido en numerosas ocasiones en que la ‘revolución ciudadana’, utilizando el poder y mediante frecuentes y sucesivos actos golpistas, o, si se prefiere, un golpe de Estado continuo, a largo plazo, ha ido destruyendo la independencia de nuestras endebles instituciones, logrando su control como nunca antes en nuestra historia y consolidando su proyecto autoritario y concentrador.