Me siento en una banca del parque central de la Universidad Católica. Es el mismo lugar por donde lo vi caminar unas cuantas veces, siempre con su bastón y dando zancadas sobre el pasto. Yo era novato y él cursaba el último año. No podré decir que lo conocía, solo que a mí también me tocaba la magia que llenaba el espacio cuando él lo atravesaba. Cruzó un par de palabras conmigo, pero solo recuerdo su mirada tras los anteojos y el movimiento de su barba color madera vieja.
El libro póstumo de Andrés Castro, ‘El manuscrito de Krutoy’, además de una enorme labor editorial de Yanko Molina, supone una muestra amplia de lo que hacía Castro con la palabra; amplia no en extensión, sí en abordar los registros del autor: desde la novela de caballería en ‘El manuscrito de Krutoy’, narración que da nombre al libro; la picaresca y el esperpento en ‘El Retablillo del tirachinas’, el teatro festivo en ‘Mojiganga curiosa de don Perico el barbero’; el modernismo en ‘Los amantes’; el análisis crítico en clave de farsa, en ‘Tersites’; o el ensayo en ‘Suicidio y vida: literatura circular’.