El pretexto para armar viaje fue acudir finalmente a conocer a mis tocayos, los cuvivíes, esos pájaros migrantes que vienen desde Norteamérica a suicidarse, según cuenta la leyenda, en las lagunas de Ozogoche y Cubillín. No, por Cuvis no iba a faltar en esos páramos de Dios; mejor dicho, del Inca, pues por allí pasaba el Incañán que unía a Quito con el Cuzco y aun quedan algunas huellas del camino imperial. De modo que me puse en contacto con un antiguo compañero de trabajo en la Facultad de Economía, Bayardo Tobar, alauseño de cepa, quien me invitó a la casa restaurada de su abuelo en Alausí. La idea era matar tres pájaros de un tiro: visitar ese pueblo que fue la puerta de entrada a la Sierra en la época del ferrocarril, volver a recorrer la Nariz del Diablo, y trepar hasta las lagunas que pertenecen al mismo cantón de la provincia del Chimborazo.