2 de Agosto de 1810

Tomás Arechaga, en el juicio a los líderes del 10 de Agosto de 1809, concluyó su implacable vista fiscal pidiendo pena de muerte contra 40 dirigentes, inclusive Manuela Cañizares, y 32 soldados, uno por cada cinco, sorteados entre los que plegaron a la Junta Soberana; prisión para 50 comprometidos y confiscación general de bienes. Todo ello acrecentó sin límites la angustia y zozobra ya existentes en Quito por el despotismo de Ruiz de Castilla, otra vez presidente de la Audiencia; Arredondo, jefe de las tropas limeñas enviadas por el Virrey, y el fiscal Arechaga. Fue entonces cuando llegó la noticia del arribo del Crnl. Carlos Montúfar, hijo de D. Juan Pío, designado comisario regio por la Junta Central. La nueva causó alegría en los procesados, y honda preocupación en las autoridades, que enviaron todo el proceso al Virrey de Bogotá y dispusieron contra los presos medidas aún más rigurosas y al parecer planearon eliminarles.

Todo ello culminó en sangre el 2 de agosto de 1810, cuando un reducido grupo de patriotas, al parecer incitados por agentes provocadores, asaltó el Cuartel Real con ánimo de libertar a los presos. Ante la alarma, la guardia realista masacró bárbaramente a los detenidos: 32 dirigentes patriotas fueron asesinados, entre ellos el Crnl. Salinas y los Drs. Morales y Quiroga, así como D. Juan Larrea, es decir la plana mayor de la Revolución de 1809. Tumultos callejeros se produjeron aquel día como por generación espontánea: el pueblo quiteño se enfrentó a las tropas realistas, enfurecidas por la muerte de dos de sus capitanes caídos en la refriega. Cerca de 300 víctimas, entre los dos bandos, fue el resultado del antagonismo, y los motines solo terminaron por la intervención del obispo Cuero y Caicedo. El hecho conmovió a América y ejerció poderosa influencia en todo el continente.

De esa masacre aciaga brotó ejemplar raudal de libertad que barrió con la tiranía. Los déspotas enviados desde Lima por el virrey Abascal poblaron, aquella tarde, el Cuartel Real de Quito, con una legión de muertos gloriosos, verdaderos mártires, héroes de la libertad. Pero los héroes, en realidad, no mueren: rinden la vida, sí, mas su memoria se convierte en símbolo. Y los símbolos son perpetuos: marchan ya para siempre con la estirpe humana, que los venera si son buenos, o los escarnece si son malos. De estos últimos es la fuerza bruta que se extingue al fin o al cabo. El nombre de los héroes, en cambio, es recogido por la conciencia universal, pues como decía Héctor al salir al combate y la muerte, y así nos lo recuerda Homero, “el morir por la Patria es dulce y bueno”.

Hacen bien Rafael Correa y el Gobierno, el Alcalde y el Municipio con sus 15 concejales, y la Academia de Historia que dirigen Cordero Íñiguez y Moreno Proaño, ofm., en conmemorar hoy el Bicentenario de la masacre del 2 de Agosto. El arzobispo de Quito, Raúl Vela celebrará Misa de Réquiem en la Catedral.

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