El acoso escolar tiene un trasfondo discriminatorio, mismo que en nuestro medio se lo adquirió en el colonialismo y no hemos sido capaces de erradicarlo.
Muy importante es detectar a tiempo un acoso escolar tanto para la víctima como para el victimario, pues los dos tienen problemas. Los padres debemos mantener una relación de constante comunicación con nuestros hijos, aunque esto por sí mismo no resuelve el problema pues aparte los adultos, padres, maestros, familiares, debemos aprender responsablemente a cuidar nuestros comentarios y actitudes. Cuántos acosos habrán empezado con comentarios de maestros delante de otros estudiantes: “Eres muy pesado, mejor no hagas ejercicio”, o “no sirves para matemáticas”, o en casa al hacer alusiones al aspecto físico, raza, apellido o creencias de otros, como si fuesen una lacra.
El 90% de los problemas que atraviesan los niños y adolescentes proviene de situaciones mal llevadas por los adultos, empezando por la imposición de no dejarles hablar, con lo cual se pierde la oportunidad de conocerlos y a la vez de sembrar confianza, obligándolos a vivir interiormente con emociones y sentimientos que no saben cómo manejarlos porque no tienen experiencia.
Lo más valioso que tenemos son nuestros hijos y merecen tener la prioridad de nuestra atención.
Lamentablemente y como para remate, hace seis años desde las esferas gubernamentales se discrimina, minimiza, descalifica, remeda y se ponen apodos, lo que ha acentuado socialmente el añejo hábito colonial.
Dicen que por el fruto se sabe si algo es bueno o malo y por lo que estamos cosechando no es raro que casi encabecemos las estadísticas de acoso escolar de nuestra región, lo que debería alarmarnos.
Es necesario que todos, gobernantes y gobernados, tengamos la cordura y coherencia necesarias para sobrepasar este grave problema. Todo esfuerzo valdrá la pena si lo hacemos para el bien común que debe centrarse en la vulnerabilidad de nuestros más tiernos ciudadanos.