En el país existen casas de refugio que acogen a menores que son abusados sexualmente. Foto: Paúl Rivas / EL COMERCIO
Las mellizas apenas tienen 10 años. El pasado jueves entraron de urgencia al hospital de Ambato y allí permanecieron durante dos días, luego de que llegaran en una ambulancia.
Las dos solo lloraban. Los abuelitos y sus papás no se separaron y poco a poco se supo lo que había sucedido: horas antes habían sido abusadas sexualmente por un hombre que se había ofrecido a llevarlas en su vehículo a los entrenamientos de basquetbol en el Polideportivo de Ambato.
Pero este no fue el único caso de agresión sexual que se registró esta semana. El martes, en Sangolquí, una niña de 14 años fue abusada por un vecino, mientras que el jueves la Dinapen (Policía de menores) rescató a una infante de 11 años que huyó de su casa porque su hermano, padre y abuelo materno abusaban de ella.
En todos los casos las menores presentaron fuerte secuelas emocionales: lloraban y tenían miedo, por lo que les realizaron exámenes psicológicos que determinaron que fueron víctimas de agresiones fuertes.
La Unicef, en una publicación sobre el abuso sexual a niños, señala que este tipo de violencia puede tener consecuencias físicas, psicológicas y sociales “graves a corto y largo plazos”. Además, asegura que las víctimas son vulnerables a “padecer enfermedades, trastornos psicológicos, estigmatización, discriminación y dificultades en las escuelas”.
En el país existen especialistas que han visto a los niños sufrir de estos estragos. Uno de ellos es Vladimir Galárraga. Él trabaja desde hace 18 años con infantes que han sufrido este tipo de agresiones y cuenta que los primeros días posteriores a los ataques son los más difíciles para los pequeños.
Entre las secuelas que pueden presentar están la pérdida de sueño, pesadillas e incluso llegan a orinarse involuntariamente mientras duermen.
Ese fue el caso de Milena, una niña de 13 años que fue atacada por uno de sus tíos. La madre de la menor sospechó que algo pasaba con su hija cuando la vio llorar por las noches y cuando intentaba abrazarla se asustaba y temblaba. La doctora que detectó el abuso señaló que la niña tenía fuertes daños en su sistema nervioso, por lo que fue necesario que recibiera una terapia cada semana.
Lo mismo le ocurrió con Lucía, una niña de 9 años que fue atacada por su padre en Latacunga. Ella, en cambio, no hablaba; prefería estar sola y lloraba de repente. En su caso también fue necesario un proceso de recuperación de seis meses. Por medio de dibujos expresaba lo que sentía, pues fue difícil comprender que su padre era quien le hacía daño.
En el país esta realidad es frecuente, ya que según datos de la Fiscalía, el 98% de los agresores sexuales son familiares o allegados de las víctimas.
Paulina Ponce es psicóloga clínica y ha estudiado este problema. Dice que los adultos engañan a los niños con juguetes o regalos, luego se aprovechan de su corta edad para amenazarlos y así evitar que los denuncien con sus padres.
Rossana Viteri también conoce esta realidad. Ella es directora de la fundación Plan Internacional y trabaja con niñas que han sido vulneradas en comunidades rurales y zonas de frontera. Ella asegura que en esos lugares la violencia que enfrentan las infantes son extremas, pues luego de sufrir abuso no tienen ayuda.
En uno de los programas que maneja, las niñas abusadas escriben sus vivencias como forma de terapia. En una de las cartas, una niña de 13 años detalló que su prima fue abusada por 50 centavos.
La especialista también afirma que las niñas actualmente viven un momento de alto riesgo; esto en relación a los asesinatos recientes de dos menores en Quito y Guayaquil, pues los cuerpos fueron hallados dentro de un armario y de un saco de yute. Los agresores de las pequeñas también eran parte de su familia y allegados. Por lo que Viteri asegura que “las pequeñas no están seguras ni en sus casas, escuelas y tampoco en sus comunidades”.
De allí, que en el país, la cifra de agresiones sexuales a menores durante este año ascienda a 1 951 casos, mientras que las víctimas continúan en procesos de recuperación.
En el caso de Ximena, una menor de 12 años, luego de ser vulnerada por su primo dejó su escuela, porque “empezó a odiar” a sus compañeros y profesores Recibió por dos años terapias deportivas y de pintura. Ahora su madre dice que está estable, pero cada dos meses se reúnen con el psicólogo de la escuela, ya que en ocasiones recuerda lo que pasó y sus manos sudan y tiemblan.
En contexto
El viernes, en Loja, se dictó la sentencia condenatoria a dos hombres por abusar sexualmente de tres menores. La Fiscalía informó que los acusados -quienes habrían agredido a las niñas por más de seis años- son el padre y el hermano de las víctimas.