La otra OEA
Según parece, el resentimiento por los actos de los EE.UU. en el pasado no los cura el fin de la Guerra Fría, ni el ocaso prolongado de revolución cubana. Así como tampoco, los preludios integracionistas después de la independencia como la Gran Colombia, las Provincias Unidas del Reino de la Plata o las Provincias Unidas del Centro de América no han sido lo suficientemente emblemáticos .
En el tiempo presente, los procesos tuvieron desde sus inicios el virus de la frustración. Entre las buenas intenciones integracionistas y la realidad siempre ha existido un amplio trecho como lo evidencian el Acuerdo y, luego, la Comunidad Andina, el Mercado Común Centroamericano y el Mercosur.
Sin embargo, no todo ha sido decepción. El Derecho Internacional Americano, nacido de las conferencias panamericanas desde 1899, estableció parámetros, declaró principios y hasta expidió importantes doctrinas que, por la desunión, han carecido de practicidad.
Por eso es necesario reivindicar el derecho práctico que se ejerció en muchas embajadas. Haya de la Torre hizo historia en la embajada de Colombia en Lima y en la década de los setenta las sedes no dieron abasto para abrigar a los chilenos, argentinos, uruguayos y de otras nacionalidades que huían del terror de militares enloquecidos contra sus propios compatriotas.
Con estos antecedentes, los actuales enamorados de una nueva burocracia continental deben rescatar la histórica, tarea del grupo Contadora- luego G-8 y posteriormente Grupo de Rió - , que sin formar una nueva OEA, fue factor fundamental de la paz en América Central.
Esos y otros fueron producto del derecho y la política internacional que protagonizaron lúcidos dirigentes latinoamericanos.
Es verdad que el pasivo de la OEA es muy grande por sus omisiones, más que acciones políticas. A días de su nacimiento no denunció las represiones generadas a raíz del 'Bogotazo' en 1948 ; mantuvo silencio en la décima Conferencia Interamericana sobre el golpe de Estado en Guatemala en 1954 ; postergó indefinidamente la Conferencia de Quito en 1959 y bajo la mirada en plena la guerra de Las Malvinas.
Por eso preocupa crear otra entidad regional y no aprovechar la vitalidad populista de Unasur. Es una entidad que pudiera constituirse en un ente funcional y solidario, sin rechazar el bagaje jurídico que es parte de la historia continental; por ejemplo, los periodistas correrían peligro con la supresión de la Convención Interamericana de los Derechos Humanos. Asimismo, ¿cuál sería la suerte de las democracias de frágil institucionalidad sin la vigencia de la Carta Democrática interamericana, a pesar de inaplicabidad en los casos de Ecuador y Honduras?