Antes de imaginar el Holocausto o tratar de expresarlo aparece la representación de una vía férrea cercada por alambres de púas y apenas iluminada por tenues candelas sobre el balasto. La instalación de Howard Bassis e Idan Goldberg, que trae la idea del traslado de judíos en los ‘trenes de la muerte’, se abre al ingresar en la Casa de la Danza, en el céntrico barrio de San Marcos.
Allí, el jueves pasado, 27 de enero, se conmemoró el Día Internacional del Holocausto. La fecha coincide con la liberación del campo de concentración de Auschwitz. Para recordarlo, pensarlo y no repetirlo se dio esta puesta en escena multidisciplinaria.
Un texto en uno de los muros de ese espacio plantea la dificultad de representar el Holocausto: “Cualquier intento de describir el holocausto con palabras tal como fue realmente es como intentar lo imposible. Porque no ofrece lógica alguna’”.
Sin embargo, algunos lo han hecho. En este punto se pueden ver dos líneas. Una, la de los escritores y artistas sobrevivientes del genocidio que han legado su testimonio. Dos, la de aquellos que han reflexionado sobre el hecho y sus aristas de xenofobia, exterminio, intolerancia, ¿humanidad?
Entre los primeros, y como símbolo, se halla Ana Frank, con su diario. O el libro ‘Si esto es un hombre’, de Primo Levi. Los cuadros del franco polaco David Olère o los de Trude Sojka que se muestran en la Casa de la Danza. La artista checa (1909-2007) fue sobreviviente de Auschwitz y vivió en el Ecuador. Ahora en La Floresta se levanta un centro cultural que lleva su nombre y es administrado por sus hijas. Sojka fue una mujer que vivió “entre el holocausto y la esperanza…”. Así, con puntos suspensivos al final de la frase, para demostrar que la historia está en construcción, que la vida está en movimiento. Tonos ocres y pasteles, texturas trabajadas con cemento y acrílico.
Tras dejar el color y la fluidez de los cuadros de Sojka, la siguiente sala en la Casa de la Danza impacta, conmueve con fotos en blanco y negro, imágenes de archivo que muestran la crueldad del hombre contra el hombre.
La cámara ha captado el brazo extendido del soldado nazi, pistola en mano y la mirada del último judío en ser asesinado en Vivica, Ucrania’ abajo una fosa repleta de cuerpos; ha perennizado cercas alambradas, rostros infantiles y pijamas a rayas; ha conservado, como un sarcasmo histórico, la consigna que pende sobre la puerta de Auschwitz: “El trabajo hace libres”.
La tonalidad de raíz hebraica marcaba la música en ese espacio de San Marcos, cuando su directora la maestra bailarina Susana Reyes salió al escenario. Desde su identidad andina y universal representaba con el movimiento de su cuerpo a las ‘Voces del Holocausto’. La suya era una danza que invocaba a la paz; lo hacía danzando con velos negros, la muerte; lo hacía con arena, de árido desierto; lo hacía con flores…
En esa coreografía se encuentran referencias a la pieza teatral ‘Madre Coraje y sus hijos’, de Bertolt Brecht, una obra contemporánea de la barbarie nazi, al igual que la poesía de Paul Celan. Las obras literarias también se han multiplicado con el tiempo, así en los últimos años han llegado a las librerías ‘El niño del pijama a rayas’, del irlandés John Boyne o ‘Sin destino’, del premio Nobel israelí, Imre Kertész.
Una muestra de la barbarie en Bogotá
Corresponsal en Bogotá
El Museo de Arte Moderno de Bogotá (Mambo) acoge en estos días la exposición ‘Shoá, memorias y legado del Holocausto’, una muestra educativa e interactiva, que permanecerá abierta hasta el 19 de febrero.
Shoá (Holocausto en hebreo) pone el dedo en la llaga mediante fotografías, monitores, instalaciones, mapas, audiovisuales, testimonios de sobrevivientes o de hijos de estos. También con la ayuda de obras realizadas por artistas, como la composición ‘Vidriera de la noche de los cristales rotos’, de Andrea Finkelstein, en referencia al ataque contra los judíos en todo el territorio alemán, el 9 de noviembre de 1938.
La idea y la estructura de la exhibición fueron concebidas por Samuel Dresel, Patricia Catz y Uri Lichtenstein, activistas uruguayos del Proyecto Shoá. De entrada, lo primero que llama la atención es la estentórea voz del Führer, que proviene de uno de los monitores. Con subtítulos en español, se reproducen algunos de los más rabiosos discursos de Hitler, como el que proclamaba “es nuestro deseo (…) que este Estado dure 1 000 años”.
La muestra, que ha sido exhibida en Uruguay y Argentina, se subdivide en tres temáticas: ¿De qué somos capaces los humanos?, la historia, y el legado y las enseñanzas. “La exposición quiere provocar una reflexión sobre el respeto al otro, así piense y sea diferente”, dice Estela Goldstein, representante de la Fundación Zajor que llevó la muestra al país.