Hace 10 días el mundo se conmovió con la noticia y escenas televisivas del terremoto que sacudió el norte de Honshú, la principal isla del archipiélago japonés, y del tremendo maremoto que arrasó varias poblaciones costeras. A pesar de la magnitud del sismo, uno de los mayores registrados en la historia, los daños ocurridos en la nación más preparada para este tipo de eventos no fueron tan catastróficos como si este hubiera sacudido países menos desarrollados. Sin embargo, el terrible tsunami que este produjo causó cuantiosos destrozos y muchísimas muertes trágicas, y lo que ha resultado aún más calamitoso es que dos plantas nucleares de energía eléctrica, ubicadas al pie del mar, sufrieron, por el violento fenómeno natural.
Japón es uno de los países más avanzados y eficientes del planeta, por lo que ha podido hacer uso, y en gran medida depende, de energía atómica. La planta Fukushima I, al igual que la II, por usar abundancia de agua, está ubicada a pocos metros del nivel del mar, y la gigantesca ola que la invadió dañó los equipos electrógenos y bombas de emergencia que debían suplir la interrupción de energía causada por el terremoto. Sin un sistema de enfriamiento funcional para las turbinas, el riesgo de sobrecalentamiento y graves explosiones atómicas se hizo inminente. Las noticias, una semana después del terremoto, ya eran catastróficas, todas las turbinas tienen daños considerables y emiten altos niveles de radiactividad, cientos de miles de japoneses han sido evacuados, un puñado de héroes siguen intentando enfriar las turbinas y evitar mayores desastres. Las cosas están fuera de control y pueden ponerse peor, nubes radiactivas llegarán a distintos lugares del planeta y quien sabe por cuánto tiempo esté contaminando gran parte del área aledaña a Fukushima. Los efectos de la calamidad nuclear serán devastadores en el país que sufrió por las bombas atómicas en Hiroshima y Nagasaki al fin de la guerra mundial.
Inevitablemente esta catástrofe traerá grandes repercusiones en las políticas energéticas de muchos países, especialmente en aquellos con altos riesgos de terremotos, tsunamis y fenómenos naturales que puedan afectar la seguridad en plantas nucleares. La OIEA deberá tomar acciones más estrictas para aprobar y controlar la operación de estas instalaciones y mejorar la colaboración internacional en el manejo de emergencias, pues los percances pueden ser catastróficos.
Ante la terrible tragedia que vive Japón, no podemos dejar de admirar la serenidad y temple de sus autoridades y ciudadanos. Esperamos que ese hermoso y organizado país se recupere pronto de la tragedia, natural y nuclear, que ahora debe afrontar.