La decisión de las generaciones más viejas se impuso en el referéndum. Dos mujeres ancianas acudieron para ejercer su voto en Londres.
En evidente contradicción con la popular frase -que se bebe entre sorbitos de té- de ‘mantener la calma y seguir adelante’, las jornadas vividas en el Reino Unido tras el referéndum por su salida de la Unión Europea han resultado tempestuosas y regresivas.
Dimisiones y proclamas independentistas, bolsas en caída y ataques xenófobos en escuelas o transporte público, hacen que el multiculturalismo y el cooperativismo retrocedan. ‘Vade retro’, es un ‘backlash’ en medio de un mundo occidental -supuestamente- más conectado y en franco trato; y es también, el grito de sectores disgustados con el estancamiento de una institución que no ha concretado sus promesas.
Ya con los resultados a favor del ‘Brexit’, los diarios británicos fueron generosos con mapas interactivos, que pintaban las fracciones por el Leave o por el Remain. La interpretación de esos diagramas develó una fragmentación etaria, de clase y geográfica: el resultado se debió a un votante rural, viejo y carente de educación superior. Lo cual permitía decir que -según la maniquea relación entre justos y pecadores- pagaron los urbanos cosmopolitas, los educados y los jóvenes (los mismos que se sienten traicionados por generaciones mayores, aunque muchos se abstuvieron de acudir a las urnas -hasta un 64%, según Sky-).
Además se habló de un triunfo del populismo de derechas (como el que sopla Trump en EE.UU.), que apeló a que las zonas desindustrializadas, guiadas bajo el lema ‘We Want Our Country Back’, vieran con temor los flujos migratorios -acrecentados con las recientes olas de refugiados-.
En esa línea, se diría que fue un voto cargado de frustraciones y rencores, para el cual un elector emocional no se preguntó qué tipo de relaciones comerciales se aseguraría el Estado, qué pasaría con la paz entre católicos y protestantes en Irlanda del Norte, qué destino les esperaría a los británicos expatriados en la UE. Fue, más bien, un votante que, recién después de contados los votos, atiborró Google, con búsquedas sobre el significado de ‘Brexit’ o ‘Unión Europea’.
A un voto así siguió una reacción igual de visceral, que se evidenció en insultos y violencia contra los extranjeros que habitan en la isla, como lo han reproducido videos y anécdotas posteados en las redes.
Con la necesidad de comprender ese voto, las miradas se volvieron a los intelectuales y a los expertos, poco oídos antes de la fecha del referéndum. En días previos al plebiscito, The Guardian invitó a que pensadores de otros países de la Unión Europea dirigiesen cartas al electorado británico. Elena Ferrante, Javier Marías, Yanis Varoufakis, Jonas Jonasson, Slavoj Zizek, Cees Noteboom, entre otros, plegaron al ejercicio epistolar.
En conclusión, las cartas empataban en tres puntos: el estado de inercia de los tecnócratas de la UE; la reaparición del fantasma de la II Guerra Mundial; y la necesidad de la unión de un bloque. A la luz del ‘Brexit’, las misivas pararon en oídos sordos. Sin embargo, los intelectuales no han callado y aunque se trate del ‘llanto sobre el difunto’ reflexionan sobre el porqué del ‘Brexit’.
Para Zizek, el contexto muestra que, en relación a un bipartidismo obsoleto,“ahora está emergiendo un único partido que representa al capitalismo global como tal, usualmente con relativa tolerancia hacia temas como el aborto, los derechos de los homosexuales, las minorías religiosas y étnicas; en oposición a este partido tenemos un partido populista anti-inmigrante más fuerte, que, en sus márgenes, está acompañado de grupos directamente racistas neofascistas”.
Así -continúa el esloveno- Europa está atrapada en un círculo vicioso, oscilando entre la tecnocracia de Bruselas, incapaz de sacarla de su inercia, y la rabia popular contra esa inercia, una rabia que ha sido apropiada, principalmente, por el populismo de derecha. Entonces, la ‘irracionalidad’ del voto de los ‘brexiteers’ ha hecho palpable la desesperada necesidad de cambio y una brecha creciente entre la instituciones políticas y la rabia popular.
El referéndum acogió ese sentir de la masa ante un ‘establishment’ en decadencia. Thomas Piketty apunta que “de frente a la ausencia de respuesta democrática y progresista, no es sorprendente que las clases populares y medias terminen convirtiéndose hacia fuerzas xenófobas. Se trata de una repuesta patológica a un abandono bien real”. El economista sustenta que, nacida de un proyecto de mercado común adaptado a la reconstrucción y al crecimiento de los años 50-70, la configuración europea no ha podido jamás transformarse en una fuerza eficaz de regulación del capitalismo globalizado y en pleno auge desde los 80-90.
La crítica al ‘establishment’ reúne más voces. El francés Michel Onfray dijo que, ante la elección entre Leave o Remain, habría votado por la salida de una máquina liberal que destruye todas las conquistas sociales obtenidas en siglos de lucha sindical y de progreso social, una máquina que llamamos falsamente Europa, cuando en efecto es un club capitalista travestido de idea generosa, humanista y progresista. “Lo ocurrido en Gran Bretaña es solo la primera piedra del edificio que se cae”, concluye Onfray. Y el inglés Anthony Giddens lo acompaña: “el ‘Brexit’ es solamente el inicio, no el fin del terremoto”.
Esos augurios que tomarían como chivo expiatorio a los migrantes -ya enfrascados en un conflicto de asimilación cultural-, hallan su germen en la división entre los beneficiados por una globalización multicultural y la clase trabajadora etnonacionalista que siente haber sido dejada de lado; además, se soportan en el hartazgo ante una institución (UE) que, abogando por austeridad, no ha sabido enfrentar los tiempos que corren y su impacto en las estructuras sociales.