fotografía de José María Velasco Ibarra en sus años de estudiante de la Universidad Central del Ecuador, 1918. Sobre estas líneas, una de las cartas enviadas por él desde Guayaquil. Foto: archivo El Comercio
De José María Velasco Ibarra se ha dicho mucho. Fue Presidente de la República en cinco ocasiones sin haber pertenecido a partido político alguno. Tuvo fieles admiradores y feroces detractores. Su exuberante oratoria e instinto político han sido objeto de innumerables estudios, pero poco se ha profundizado en la formación de su pensamiento. ¿Cómo entender al político?
Este es el principal objetivo del libro ‘Pasiones de Juventud’. En este ensayo intento desentrañar los factores que moldearon el pensamiento filosófico y político de un personaje mítico en mi familia.
Para lograrlo, fue necesario revelar parte de su vida privada y las experiencias que formaron su visión del mundo. La juventud es normalmente el período más difícil de descubrir en un personaje histórico, por falta de documentación. Pero la casualidad permitió resolver este acertijo.
Desamor a orillas del melancólico estero
En un resquicio abandonado del armario del escritorio de mi abuelo, varios años después de su muerte, volví a toparme con un paquete de cartas con una inscripción que decía: “Toda una vida, cartas de Carlos Ibarra”. Las había visto antes. Intuía que eran importantes, pero nunca me había atrevido a leerlas.
Esa ocasión no pude más que leerlas y releerlas. Descubrí se trataba de una correspondencia secreta entre el joven Velasco Ibarra y su círculo íntimo, entre 1921 y 1922. Recordé que en alguna conversación entre Inés Ibarra Bueno de Chiriboga, prima de Velasco Ibarra, y mi abuelo, Alberto Acosta Velasco, se había hecho referencia a unas cartas. Inés había confesado a mi abuelo que ella estuvo tentada a destruirlas, pero que finalmente desistió por el interés histórico que podrían tener. ¡Eran justo las cartas que yo había encontrado en el escritorio de mi abuelo! Allí empezó esta investigación.
El relato corresponde a un matrimonio frustrado del joven Velasco Ibarra. A pesar de toda la rigidez y cumplimiento del deber que pregonaba, Velasco Ibarra reconocía que existía un espacio para el amor, al que describió como un fenómeno que exige la cooperación de todas las propiedades de la persona: inteligencia, imaginación y sentimientos.
Velasco Ibarra se había enamorado de una señorita quiteña, pero ella planificaba su matrimonio con un teniente. Este último tramitaba ya los permisos para este compromiso. Entonces, Velasco Ibarra escribió una carta a su amada proponiéndole matrimonio. Ella deshizo su boda con el teniente y ofreció casarse con Velasco Ibarra. Pero el enlace desencadenó una feroz oposición de familiares y amigos. Para esperar que las aguas se calmen (y mantenerse a buen resguardo de represalias del padre de la señorita y del novio chasqueado), Velasco Ibarra viajó por un mes a Guayaquil, donde mantuvo esta profusa relación epistolar que reproduzco en el libro en su totalidad.
Durante su exilio en Guayaquil, se produjo un quiebre en la vida del joven Velasco Ibarra que definió su camino futuro. En una carta de agosto de 1921 confesó: “Hay mucho que estudiar, que amar, que actuar sutilmente. Hay algo grande en la vida que hacer, yo no tengo dinero, pues al menos viviré libre, amando mis ideas, mis teorías, mis anhelos. Ideas y teorías humildes, sí, pero que no supeditan mi vida, ni ahogan mi libertad. –‘Orgullo, ingratitud’– Tal vez. Cierto que el enorme Shakespeare decía: ‘Vale más ser un vil que parecerlo –ante el erróneo juicio de la gente; – el oprobio sufrir sin merecerlo- traspasa los linderos del inocente”.
Un candado de clave con la combinación perdida
Velasco Ibarra nació en Quito en una familia de tradición conservadora, el 19 de marzo de 1893. Con el advenimiento del liberalismo, su padre, Alejandrino Velasco Sardá, se retiró de toda función pública en señal de protesta contra el gobierno del General Eloy Alfaro. En 1896, se enroló en las guerrillas conservadoras, lo que provocó su detención por algunos meses. Su madre, Doña Delia Ibarra Soberón, también colaboró con las guerrillas conservadoras. En una ocasión, mientras cruzaba las calles de Quito con un viejo fusil bajo su largo vestido victoriano, fue interceptada por el Ministro del Interior del Gobierno liberal, quien le increpó: “Doña Delia, ¿qué hace usted tan tarde por la calle?” y al ver que una parte del fusil sobresalía de su vestimenta, agregó: “Cuide que no se le vea el fusil”.
Contrario a la tradición familiar, el joven Velasco Ibarra no comulgó con conservadores, pero tampoco con los liberales. Buscó una tercera vía para conciliar el catolicismo con las doctrinas liberales. No se trató de un esfuerzo en solitario. Grupos al interior de la Iglesia Católica mundial, a partir del siglo XIX, buscaron adaptarse a las inevitables transformaciones del mundo moderno. Reconociendo que los cambios no podían ser detenidos, se los quiso moldear para que el ajuste sea menos violento y evitar extremos indeseables como el socialismo. A este movimiento se lo llamó Catolicismo Liberal.
El joven Velasco Ibarra se adhirió a este movimiento y a su objetivo modernizador. Buscó la adopción de un capitalismo regido por la moral católica. Cuestionó que, en pleno siglo XX, Ecuador siguiera anclado en prácticas coloniales precapitalistas. Se adentró en el análisis de la realidad obrera y del sindicalismo. También le dedicó espacio al feminismo, al que consideró un oleaje civilizador inevitable. Cuestionó el concertaje que permitía la prisión por deudas, por el cual los indígenas se obligaban una y otra vez, a través de instrumento público, a trabajar por dos años en los fundos del acreedor.
Sin embargo, su postura tuvo una debilidad: no propuso una vía de desarrollo social y económico propia, sino que fue reactiva frente a posiciones extremas de conservadores y liberales. La vía intermedia, mínimamente aceptable por todos, no era posible en todas las circunstancias. Sus propuestas modernizantes no fueron siempre entendidas.
El arzobispo Federico González Suárez describió al joven Velasco como “un candado de clave cuya combinación se ha perdido”. Así fue Velasco Ibarra: polémico e imparcial. Una mente incansable persiguiendo sus ideales.