Tsáchilas de la comuna Peripa levantan sus manos para abogar ante sus dioses por la tranquilidad de la naturaleza. Foto: Juan Carlos Pérez/EL COMERCIO
El ayuno y aislamiento en un lugar íntimo de la comuna es un requisito indispensable para los chamanes de la etnia tsáchila que invocan a la naturaleza por un favor especial.
El contacto externo es prohibido con el fin de que el sabio pueda entrar en ese estado de alucinación que solo se logra tomando la ayahuasca.
Esa bebida, tan antigua, dibuja en la imaginación del ‘exorcizado’ una serie de colores y personajes mitológicos de la tradición de la etnia.
El poné, como se conoce a los chamanes tsáchilas, puede estar apartado un mes o una semana. Después, está apto para realizar una práctica ancestral como las que se dan en circunstancias en que la naturaleza se manifiesta con terremotos, fuertes vientos, crecientes de ríos, erupciones volcánicas y otros fenómenos.
En la nacionalidad se la conoce como mukega y constituye una ceremonia muy sagrada que no cualquiera está en la capacidad de oficiar.
De hecho, el último que hizo este ensayo fue el extinto gobernador y hombre insigne tsáchila, Abraham Calazacón.
Augusto Calazacón, quien fue su asesor directo en la Gobernación recuerda que entre 1960 y 1980 ocurrieron terremotos en varias localidades del país, lo que alentó al líder a invocar al mukega.
Los detalles de esas ceremonias son aún secretos, pero una aproximación sobre ello se evocó en la comuna Peripa, a propósito de la coyuntura del terremoto del 16 de abril.
Nueve practicantes de las tradiciones tsáchilas siguieron la norma de sus ancestros, empezando por el aislamiento y la toma del ayahuasca.
Ellos en cambio cumplieron un encierro de una semana y esta vez su objetivo era lograr con el mukega para que la tierra se tranquilice.
El ritual se hizo bajo una choza de paja toquilla y caña guadúa, que tiene aberturas en sus ocho lados. La luz externa es fundamental para llegar con iluminación hacia la mesa central donde se rindió el culto.
En ella había montes de todo tipo, velas encendidas, piedras de cuarzo y trozos de caña recién cortadas. El ambiente olía a humo , montes y bebidas fermentadas.
Manuel Calazacón y dos acompañantes estaban frente a la mesa con un tambor, un manojo de hierbas y una campana sostenida en sus manos.
Las agitaban y cantaban en el idioma tsa’fiki, mientras que la luz exterior proyectaba sus sombras en una sábana blanca que hacía las veces de línea divisoria entre el sitio sagrado y otros ayudantes a los que se los veía sobre sus hombros.
Ellos cumplían una función aparte, que sin embargo no estaba desvinculada del ritual. Tenían en sus manos unos maderos de 60 centímetros de largo, con los cuales hincaban la tierra como en una suerte de aplanadora que retumbaba como un golpe seco. Casi parecido a la resonancia del tambor que tocaba adelante Manuel Calazacón.
Este chamán cuenta que la tradición los manda a realizar tres invocaciones con el mukega para que la tierra recobre de a poco su estado normal, luego de un sismo o terremoto.
Él está consciente de que son situaciones que no se pueden predecir y pueden suceder en cualquier momento.
Pero considera que las tradiciones tsáchilas al estar apegadas con el bosque, el agua, la tierra y las montañas ayudan a que los fenómenos naturales encuentren un equilibrio.
Según el gobernador tsáchila, Javier Aguavil, en las siete comunas hay interés por recuperar estas tradiciones. Sin embargo, sugiere que se guarde un profundo respeto por estas, debido a que son ceremonias no habituales que podrían causar malas interpretaciones por los requisitos que exige la norma tradicional.
Entre estos, la trayectoria del poné, su representatividad en la comuna y los conocimientos de los procedimientos. El ritual del mukega sigue con una invocación al dios sol y para ello los nativos mueven sus manos hacia el este, luego silban, oran y al final se untan achiote en el cuerpo.