El chaman Alejandro Aguavil es el cuidador del bosque Masara Mu’ du. Fotos: Juan Carlos Pérez /EL COMERCIO
El bosque Masara Mu’ du es el consultorio chamánico de los vegetalistas de la nacionalidad tsáchila. Se encuentra ubicado en el kilómetro 7 de la vía Santo Domingo – Quevedo.
Para los nativos es un campo energético que les permite conectarse con los dioses y espíritus de la naturaleza. Por eso a este espacio, de seis hectáreas, solo se puede ingresar con los chamanes.
Alejandro Aguavil es el encargado de cuidar el bosque Masara Mu’du, que en español significa laguna sagrada del tiburón. Le colocaron ese nombre porque una de las leyendas tsáchilas asegura que en los esteros Chiva Chico y Grande, que rodean la comuna Los Naranjos, se encontraba un enorme pez que asesinaba a los tsáchilas que lo querían pescar o que no seguían los reglamentos proclamados por el Consejo de Ancianos.
Según el relato, solo las personas nobles y sin maldad podían ingresar al bosque. Pero para Aguavil, los chamanes han cuidado el bosque porque ahí se encuentran las plantas medicinales y rocas energéticas que sirven para curar enfermedades.
Los chamanes y practicantes de la medicina ancestral de la comuna Los Naranjos han encontrado propiedades curativas en 300 plantas desde hace 80 años. Una de esas es el kati, que puede servir como un antiinflamatorio.
Desde el 2007 se conformó el grupo cultural Masara Mu’du, que tiene 15 integrantes y que se encarga de cuidar los secretos chamánicos de este sitio y conservarlo como bosque primario.
Este es uno de los bosques tsáchilas que aún se conserva intacto, según Aguavil. Solo han utilizado 5 000 metros cuadrados en parcelas agrícolas, en las que cultivan frutas tropicales, plátano, yuca y malanga.
Según la Gobernación tsáchila, la conservación del bosque también se debe a que la comuna Los Naranjos es la más alejada de la ciudad (28 kilómetros de distancia) y hasta hace 40 años no había puentes que comunicaran a la aldea con la urbe. Por eso, los terrenos no fueron invadidos y los tsáchilas no adquirieron costumbres occidentales como sucedió en otras comunas.
Esa es otra razón por la que los chamanes aún realizan rituales dentro del bosque. “No necesitamos de consultorios porque muchas veces los pacientes solo necesitan renovar energías y respirar aire puro, que solo se encuentra en el bosque primario”, aseguró Aguavil.
Para llegar hasta el campo energético se debe recorrer una hora por senderos rodeados de árboles maderables. Es posible encontrarse con armadillos, guatusos, ciempiés, tigrillos, entre otros.
Al lugar se lo reconoce porque se encuentran plantas como el palo santo, que miden hasta 50 metros de altura. “La particularidad de ese árbol es que sirve de casa para que vivan los pájaros de la zona andina”.
Según la asambleísta alterna por Santo Domingo, Albertina Calazacón, en un relato tsáchila consta que los árboles grandes que hay en los bosques nativos son poseídos por los espíritus de los grandes chamanes. Por eso es más fácil comunicarse con ellos desde el bosque. Esos rituales deben hacerse en la madrugada y por un grupo de al menos tres chamanes tsáchilas. Ellos utilizan brebajes, plantas, aguardiente, colonia tradicional, nepi (ayahuasca o bebida alucinógena), tabaco, barro y piedras.
En el caso de que haya turistas o pacientes que deseen presenciar ese ritual, el vegetalista primero debe pedir autorización a los ancestros y luego a la naturaleza.
Si el clima se vuelve lluvioso, cae neblina o hay vientos es una señal de que no deben ingresar ese día al bosque. El ritual de autorización se hace con sonidos musicales y de la naturaleza. “Si no obedecemos, las personas empiezan a desesperarse en el bosque. Se pueden perder, alucinar con culebras o animales salvajes. Incluso pueden desmayarse”, finaliza Aguavil.