Los turnos del personal de salud y de limpieza en las UCI del Hospital Carlos Andrade Marín son de 24 horas. Foto: Cortesía HCAM
“Mi hija Dayana, de 14 años, es mucho más valiente que yo. Ella me pasa energía y fuerzas para ingresar a las dos alas de la Unidad de Cuidados Intensivos (UCI), llena de pacientes con covid-19“, relata Elena Espinoza, una de las encargadas de la limpieza de esa área del Hospital Carlos Andrade Marín (HCAM), del Seguro Social, en Quito.
La mujer, de 48 años, lleva 11 en esas tareas en distintos espacios de la casa de salud, que ha dividido sus servicios entre la atención a enfermos con otras patologías y a quienes están infectados con el virus, que en el país hasta hoy, martes 21 de julio del 2020, suma 76 217 casos. En Pichincha hay 12 704 diagnósticos positivos y en Guayas, 17 172. En Quito son 11 524 y en Guayaquil, 11 743.
Cuando Elena empezó a trabajar en el hospital limpiaba la zona de consultas, luego las salas de parto, quirófanos y hace unos cuatro años le asignaron la terapia intensiva, que dejó hace siete meses. Pero en mayo volvieron a encargarle, junto a otros compañeros, esa tarea.
¿Cómo se sintió cuando le asignaron la limpieza de las UCI, con el riesgo de contagiarse? “Aaaay”, responde con un suspiro. Y sigue: “para mí fue duro. Sentía y siento mucho miedo. Hasta ahora me afecta (llora). Tengo una niña, mi hija. No puedo contenerme porque no quisiera que me pase nada. Cada vez que ingreso a la UCI le pido a Dios que me proteja, también a mi madre que está en el cielo”.
Los turnos del personal de salud y de limpieza en las UCI del Andrade Marín son de 24 horas. Este martes 21 ingresó a las 07:00. Su jornada laboral terminará mañana miércoles 22, a las 07:00.
“Nosotros que trabajamos en limpieza accedemos a la terapia intensiva con los mismos trajes que los doctores y enfermeras. Es feo. Los primeros días no podía ni caminar con ese overol, se transpira tanto, no tiene idea. El visor se me empañaba rapidísimo. Era fatal. Todo coge de nuevo al inicio, pero ya agarré experiencia”, cuenta. Ella, como sus compañeras, usa tres guantes de látex y uno de caucho. Por lo que mover las manos es complicado, “suelen parecer entumecidas, pero en el día a día se aprende a trabajar así”.
Ella y una compañera están juntas en el turno. La misión es, por ejemplo, aplicar jabón y cloro, en tres etapas, a techo y paredes, también ventanas y piso. Ella se pone triste cada vez que llega y busca el rostro de un paciente que dejó hace cuatro días. “Así que le pido a Dios que cuide a la gente y sigo con mi trabajo, limpio bien los cubículos; es doloroso cuando una cama está vacía, no sé si es porque alguien falleció o porque le dieron de alta. Es deprimente. La mayoría está dormido, sedado, muy pocos conscientes, a punto de salir”.
Al dejar el área covid-19, como todo el personal, se dan una ducha. Y cuando amanece, a las 05:00, van a la zona de comedores y también a la de los baños y dejan todo limpio. A las 07:00 sale rumbo a su hogar, en La Magdalena, sur de Quito. Su hija le dice que tiene que ser fuerte. “No llore mamita, esté tranquila. Usted tiene la protección de Dios”, eso le dice y Elena respira, fortalecida, con el amor de Dayana, quien le pide abrazos, que ella no se atreve a darle sino hasta dos días después de haber salido del turno.
“Mijita ya pasa a primero de bachillerato. Le digo que piense qué seguirá en la universidad. Parece que le gustaría convertirse en veterinaria, le encantan los animales, no le gusta verlos sufriendo solos en las calles”, comenta apresurada porque ya debe volver a vestirse para ingresar a UCI.
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