Seco de Pollo, caldo de carne o sánduches con café son parte del menú que Sisa Morocho Morocho reparte todos los miércoles a las personas sin hogar en la plaza San Francisco.
Esta joven puruhá, de 34 años, destina parte de lo que gana con la venta de sus diseños para alimentar a más de 150 indigentes en Quito.
La ayuda social, la lucha por los derechos a la educación y el rescate de las tradiciones de su nacionalidad se han convertido en un motor de vida para Morocho. En este Día de la Mujer Rural, reconoce que aún hay un largo camino por recorrer en estos campos.
Morocho llegó a la capital cuando tenía seis meses de edad. Sus padres migraron desde su natal Chimborazo en busca de un mejor futuro para sus siete hijos, porque ya no encontraban fuentes de trabajo en su comunidad.
Ambos se dedicaban a la agricultura, pero esta labor no les brindaba lo necesario para sobrevivir. Su padre se adelantó a la ciudad, mientras su madre se quedó trabajando la tierra durante los primeros años.
Datos de la Comisión Económica para la América Latina y el Caribe revelan que, en las zonas rurales, el 61,3% de las mujeres se dedica a las actividades agrícolas, seguido del 15,2% que está en el comercio y el 8,1% que realiza actividades manufactureras. La madre de Morocho incursionó en estos tres sectores.
Al llegar a Quito, sus padres se dedicaron a vender gorras en las calles. Esto le permitió estudiar la primaria y la secundaria, donde se empezó a destacar en la costura y en la creación de diseños.
Desde que era pequeña, escuchaba siempre a su padre decir que quisiera tener dinero para crear una fundación que ayude a las madres de familia y a las personas que viven en la calle. Esto se relacionaba con que se quedó huérfano cuando tenía un año de edad y tuvo que hacer sacrificios durante toda su vida.
Cuando su padre murió, en un accidente de tránsito, Sisa empezó a trabajar para cumplir este sueño. A los 23 años montó su emprendimiento Sumak Churay, que significa “buen vestir” en quichua.
A través de la creación de blusas, camisas, trajes y accesorios empezó a rescatar los diseños puruhaes.
“Es como vestirse con una marca de auge en el medio mestizo”, dice. Con sus ingresos logró instalar un almacén en el Centro Histórico y otro en Riobamba. Con esta base, esta joven empezó a difundir su iniciativa de alimentar a las personas sin hogar.
Todos los miércoles, junto con su hermana, las personas de su taller y algunos voluntarios, hace una reunión de cuatro horas en su oficina para preparar la comida. Cuando tiene más ingresos, cuenta, puede entregarles preparaciones especiales como el seco de pollo. Cuando no tiene tanto dinero, entrega avena, maicena y sánduches con café.
En el último año, las contribuciones de voluntarios han sido menores. “Las personas se cansan”, admite esta joven de la comunidad rural de Punín, en Riobamba. Sin embargo, Morocho continúa junto con su equipo, ya que, por la pandemia, hay más personas que necesitan de su ayuda.
En sus tiendas, además, tienen la política de repartir gratis café y pan a quien lo necesite. Tanto en Quito como en Riobamba, las personas sin hogar pueden solicitar estos alimentos a cambio de nada.
Mediante su emprendimiento, Morocho también ayuda a las mujeres puruhá y amas de casa. 30 trabajan en los bordados y en el taller. Con su ejemplo, esta joven busca que las nuevas generaciones estén orgullosas de su identidad.
Otra de sus banderas de lucha es la educación. Para Morocho, este tema es uno de los más críticos en las zonas rurales del país.
Según datos del Ministerio de Educación, 1 056 540 estudiantes fueron registrados en las áreas rurales durante el período 2020-2021. De ese número, 516 718 fueron mujeres.
Por otro lado, en las zonas urbanas se contabilizaron 3 324 084 estudiantes, de los cuales 1 652 223 fueron mujeres.
La joven puruhá explica que busca inspirar con su ejemplo. Después de estudiar la primaria y la secundaria, y crear su marca, retomó sus estudios.
Ahora está estudiando Gestión y Diseño de Moda en el Instituto San Antonio, en modalidad semipresencial, y la carrera Patronaje Industrial, en el Instituto Diego Bohórquez de Colombia.
A pesar de sus obligaciones, todos los miércoles se la encuentra en la plaza San Francisco repartiendo su comida.