La choza de los suegros de Tixilema está ubicada en el ingreso del barrio San Juan de Dios, de Chibuleo. Foto: Glenda Giacometti/EL COMERCIO
Cáscaras de cebolla, habas y maíz estaban en el ingreso de la cocina de Rosa Tixilema, que funciona en una de las pocas chozas que aún se conservan en el pueblo Chibuleo, ubicado a 30 minutos de Ambato.
Ante la presencia de visitantes, presurosa arrimó en un extremo de la choza los saquillos, fundas, maderos y juguetes de sus tres hijos. La vasija con la comida para sus tres perros la ubicó en el otro extremo.
“Nos faltó limpiar el patio porque se acaban de llevar la cebolla y las habas al mercado de Ambato. Por eso estaba un poco sucio”, se justificaba Tixilema el pasado martes.
Según esta agricultora de 45 años, la choza construida hace mucho tiempo fue adecuada para que hiciera las veces de cocina. El lugar -de gruesas paredes de bahareque, carrizo, soguillas y paja- está junto a su casa de concreto de dos pisos. En este espacio están distribuidos los sanitarios, cuatro habitaciones y la sala.
En su barrio, San Juan de Dios, en Chibuleo, la de Tixilema es la única choza que queda en pie, según su propietaria. Además, agrega, en el poblado quedan pocas casas antiguas. “La casita ya tiene más de 45 años y es de mis suegros: María Juliana y Manuel Maliza”, indica la campesina.
Hace varios años, los esposos Maliza vivían en esa choza con sus cinco hijos. La vivienda era compartida por los cuyes y conejos que caminaban por todo el lugar.
Juan José Maliza, esposo de Tixilema, recuerda que en un extremo de la casa tenían las camas, unos baúles para la ropa y la cocina. “Hace 25 años decidimos construir la casa y adaptar la choza para que sea nuestra cocina”.
La choza tiene ahora una cocina industrial y otra de madera. En los alrededores hay ollas, platos, vasijas, sartenes, baldes y costales con fideos. El pan, los granos y otros productos cocinados fueron colocados en una pequeña caja sostenida por una soga desde el techo.
El campesino, de 48 años, indica que sus taitas (padres) cuelgan trozos de borrego, chancho o res en una soga que está en la parte alta del fogón. “La carne se seca y se preserva por varios días. Es nuestra refrigeradora ancestral que aún mantenemos en la casa. Mis papacitos me dieron la choza, pero no la pienso destruir y mejor le voy arreglar el techo”.
Las paredes de las chozas tienen 80 centímetros de ancho por 1,80 de alto. Son construidas con barro. Para el techo también se utilizan materiales tradicionales, como carrizo, cabuya, sigse, barro, paja y madera. Aunque algunas de estas viviendas cuentan con ventanas pequeñas y techos de hojas.
Jenny Ainaguano, gestora Cultural de la Cooperativa Esencia Indígena, explica que las chozas mantienen la calidez en el ambiente. “Nuestros ancestros creían en la dualidad femenino-masculino, como generadores y creadores del universo. Las chozas eran un espacio para estar unidos en familia y estar en armonía con la naturaleza y el páramo”.
En el barrio San Francisco de Chibuleo hay otras dos chozas que están a lo largo de la vía asfaltada, que conduce al centro de esta parroquia indígena de Ambato. Los techos de estas casas sobresalen sobre las paredes de adobe que sirven como linderos. Las casas están rodeadas de sembríos depapas y de habas.
El agricultor José Ainaguano asegura que la choza de sus padres tampoco será destruida. “Hemos pensado construir una moderna casa pero nos da tristeza derrocarla. Aquí vivimos nuestra infancia y nuestros abuelos siempre nos daban algo de comer”, dice Ainaguano.