Mohamed bin Salman ha emprendido una serie de reformas profundas, dirigidas sobre todo a la población joven. Pero no perdona la disidencia. Foto: AFP
Un hotel de lujo convertido en cárcel, cientos de detenidos de la familia real acusados de corrupción y un constante goteo de reformas que asombran y desconciertan. ¿Qué ocurre en Arabia Saudita para que, tras décadas de inmovilismo de un régimen guiado por una ideología extremista como el wahabismo, el mundo ahora se interese por lo que pasa en esta nación de 32,2 millones de habitantes? La respuesta tiene un nombre: Mohamed bin Salman.
Desde hace meses, este príncipe heredero de 32 años es el centro de atención. Junto a su padre, el rey Salman bin Abdulaziz de 81 años, ha emprendido importantes reformas que generan incertidumbre en Oriente Medio y enormes esperanzas entre la población joven y femenina del país.
El 2013, cuando muy pocos sabían de su existencia en Arabia Saudita y menos aún en el resto del mundo, Mohamed se definía a sí mismo simplemente como “un abogado” de 28 años. Hoy es la figura más popular del reino. “Su rápido ascenso es visto por la generación joven como un signo de que las cosas están cambiando”, dice Jeremy Bowen, editor de asuntos de Oriente Medio de la BBC.
Como príncipe sucesor del rey Salman, Mohamed está marcando un antes y un después en la forma como el reino petrolero -acusado de fanático y de patrocinar el terrorismo– se enfrenta a los nuevos tiempos. Mohamed es un milenial, criado entre los privilegios reales, pero con una educación occidentalizada que quiere arrinconar a los ultraconservadores religiosos, según sus defensores.
De su lado está la nueva generación de saudíes -los jóvenes menores de 30 años conforman el 70% de la población- que creció en la era de las redes sociales y la nueva tecnología. El joven reformista ha viajado incluso a Silicon Valley donde, vestido con ropas occidentales, camisa y jean, se reunió con el fundador de Facebook, Mark Zuckerberg.
Con el apoyo del rey, Mohamed ha planteado una serie de reformas que pasan por la oferta pública de las acciones de Aramco, la poderosa empresa estatal de petróleo; también se le ha confiado la compañía de inversiones públicas del reino, la política económica y el Ministerio de Defensa.
En su empeño por modernizar al país, lanzó un revolucionario plan llamado Vision 2030, que busca terminar con la dependencia de un recurso no renovable como es el petróleo, que hoy genera casi el 70% de las riquezas del reino. El programa se enfoca además en la inversión privada, la creación de empleo, el desarrollo de las exportaciones, el turismo, la salud y la educación.
Su plan abarca el área social de uno de los países más conservadores del planeta, donde las mujeres tienen prohibido votar o salir a la calle sin un tutor masculino, llamado ‘mahram’, que incluso puede ser un hijo varón. Para suavizar estas restrictivas reglas, hace pocas semanas se permitió que las competidoras de un torneo internacional de ajedrez jugaran sin la prenda de cuerpo entero conocida como abaya. Esa es la última de una serie de medidas liberalizadoras, las cuales incluyen permitir que las mujeres conduzcan. A partir de junio, no solo podrán manejar vehículos sino también camiones y motocicletas.
Muy pronto las mujeres sauditas podrán asistir a partidos de fútbol en estadios públicos. Otro cambio es el levantamiento de la prohibición del cine, que se sumó a la creación de un ministerio para el entretenimiento, que entre otros ofrece conciertos de pop. El reino anunció que invertirá USD 64 000 millones, en los próximos 10 años, para cambiar su política de ocio.
El jefe de la Autoridad de Entretenimiento, Ahmed al Jatib, afirma que este año se celebrarán 5 050 actividades culturales en 56 ciudades del país, donde durante muchos años el ocio estaba prohibido, así como la mezcla de sexos en lugares públicos. Con la mirada puesta en los jóvenes, se aspira a crear 220 000 empleos en este sector, que actualmente da trabajo a 17 000 personas.
En el área religiosa, Mohamed ha declarado que la corona, guardiana de los santos lugares islámicos, está buscando volver a “un islam moderado y abierto al mundo y a las religiones”, una declaración totalmente sorprendente.
La cruzada contra la corrupción es otro frente de batalla. En noviembre pasado, Mohamed ordenó una purga y encarceló a 200 personas, entre ellas, una docena de príncipes, ministros y exaltos cargos del reino, acusadas de haber robado USD 100 000 millones a lo largo de las últimas décadas. Algunos de los arrestados permanecen bajo estrictas medidas de seguridad en el exclusivo Hotel Ritz Carlton, de Riad.
Pero esta monarquía absoluta también sigue empeñada en ahogar cualquier disidencia. Al rey Salman y a su hijo se los acusa de tramar la desaparición de tres príncipes, miembros de la familia real, conocidos por sus críticas a la corte.
Asimismo, decenas de activistas, clérigos y periodistas han sido detenidos por vocear su oposición a la agresiva política exterior lanzada por Mohamed con los ataques aéreos contra los rebeldes hutíes -respaldados por Irán- en Yemen.
Una de las estrategias del príncipe heredero es convertir a Arabia Saudita en una potencia militar regional, capaz de hacer frente a amenazas externas (particularmente, Irán). Sin embargo, en una monarquía acostumbrada a las intrigas palaciegas, no está claro hasta dónde llegará el poder de Mohamed bin Salman.
Los analistas más entusiastas creen que el experimento saudí es clave para el futuro de Oriente Medio, una región atormentada por el sectarismo religioso y guerras interminables en Siria, Iraq o Yemen.