Anahí Cadena, de 11 años, realiza las tareas en su casa, en El Paraíso (sur de Quito). La acompañan su madre y hermana mayor. Hacen recargas de USD 5 a la semana, para descargar las tareas en el teléfono celular. Foto: cortesía de Johanna Alarcón
El cierre de escuelas y colegios durante el confinamiento por la pandemia obligó a los niños del mundo a seguir su educación desde casa, con clases remotas y el uso de nuevas tecnologías. Sin embargo, cuando en algunos países esta nueva realidad significa haber cumplido casi un año de estudios en el hogar, también representa millonarias pérdidas.
Un estudio de la Organización para la Cooperación y el Desarrollo Económicos (OCDE), señala que esto afectaría los ingresos de los alumnos en el futuro y, consecuentemente, a la economía de sus países.
Para la entidad, estos quebrantos no se compensarán fácilmente, incluso con la apertura de los centros educativos y su esfuerzo por lograr sus niveles de rendimiento previos.
Por ahora, no hay una cuantificación exacta sobre el efecto de las pérdidas de aprendizaje en cada país; no obstante, la OCDE prevé que los chicos entre los grados primero y duodécimo, podrían tener ingresos hasta 3% más bajos durante el resto de su vida.
Dada esta disminución en los ingresos de los alumnos (futuros profesionales o personas en edad de trabajar) y la tendencia de un personal menos capacitado, se prevé que el PIB de las naciones también sufrirá, con pérdidas de hasta 1,5% de la cifra anual, al menos, durante el resto del siglo XXI.
Solo para EE.UU., esta situación representa una pérdida económica de USD 15,3 billones este año, afirmó la organización. La cifra subirá, si la disrupción en la educación se extiende al próximo año escolar.
Pero la OCDE no es la única entidad que advierte un escenario crítico. El Fondo de las Naciones Unidas para la Infancia (Unicef), acaba de publicar un informe en donde dice que el 97% de niños, niñas y adolescentes latinoamericanos está a punto de cumplir casi un año sin pisar la escuela, y con las clases virtuales inaccesibles para los más vulnerables, la región corre el riesgo de perder su futuro por décadas.
Unicef advierte que el porcentaje de niños, niñas y adolescentes que no recibe educación alguna, ni presencial ni remota, se ha disparado del 4% al 18% en los últimos meses.
En el reporte se destacan los cálculos del Banco Mundial: cada niño en educación primaria y secundaria en América Latina y el Caribe podría perder de su sueldo entre USD 242 y 835 cada año y hasta 15 000 a lo largo de su vida laboral.
Eso se traduce en una pérdida de hasta USD 1,2 billones en ingresos para los gobiernos de la región, durante el ciclo de vida de esta generación de estudiantes señala el multilateral.
Sumado a las pérdidas económicas y de aprendizaje, la OCDE también sostiene que la falta de interacción de los niños con sus compañeros de clase o los docentes y la modalidad de clases virtuales también influirá en el desarrollo socioemocional y motivacional de los estudiantes.
“En efecto, la OCDE está en lo correcto. Debido al confinamiento, los niños, en especial los de edad preescolar y de primeros años de escolaridad, habrán perdido algunas de las destrezas que se desarrollan a esa edad, gracias a la interacción con otros niños y a la guía de un tutor o maestro”. Así reflexiona Gabriel Rovayo, docente y presidente de la organización EFQM Sudamérica.
En la primera infancia, explica, se modifica la estructura cerebral. Los acontecimientos, estimulación y vivencias en ese lapso influyen toda la vida, y tienen repercusiones en la salud mental a largo plazo.
Ir a la escuela supone una infinidad de ventajas para los estudiantes. Entre otras cosas, ven aumentadas sus destrezas y tienen la posibilidad de desarrollarse en el ámbito personal, emocional y social. Además, incrementan las habilidades sociales y la conciencia social, así como sus capacidades y aptitudes, dice Rovayo.
Otros docentes, como Santiago García Álvarez de la Universidad Central, afirman no estar completamente de acuerdo con la postura de la OCDE. Asegura que sí hay impactos, pero no son absolutos.
“Hablamos de destrezas blandas y duras; en las primeras se afectan las relaciones interpersonales, pero se mejora el procesamiento de información. En las segundas hay problemas de conocimiento aplicado en matemáticas o física, pero la tecnología educativa ha mejorado muchísimo y seguirá perfeccionándose”.
¿Y el impacto económico en los países puede ser representativo por esta eventual afectación a la productividad? “Posiblemente, pero la pandemia nos está diciendo que productividad no debe ser la medida predominante del análisis sino la resiliencia de las organizaciones, de las sociedades. La productividad juega un rol importante, pero se adecuará a cada realidad”, añade García.
Michel Desmurget (Lyon, 1965), director de investigación en el Instituto Nacional de la Salud de Francia, en su libro ‘La fábrica de cretinos digitales’, describe cómo los dispositivos digitales están afectando gravemente, y para mal, el desarrollo neuronal de niños y jóvenes denominados mileniales, centeniales, o simplemente, nativos digitales.
“Lo que nos lleva a pensar que lo que ha pasado en el confinamiento (aumento del uso de los dispositivos digitales), traerá consecuencias graves en las generaciones futuras y al desarrollo de la sociedad donde se desenvuelvan. Es un llamado de alerta a padres y maestros”, apunta Rovayo.
Para la OCDE lo único que podrá salvar a los niños y a las economías de este impacto es mejorar el nivel educativo y aprovechar las nuevas herramientas y tecnologías que se han implementado con la pandemia, como la teleducación.
“Los impactos económicos a largo plazo también requieren una atención seria porque las pérdidas ya sufridas exigen más que los mejores enfoques de reapertura (de escuelas) considerados actualmente”, complementa la entidad.
Aunque la realidad puede frenar esa meta. En la región, solo la mitad de alumnos de las escuelas públicas tiene acceso a clases a distancia de calidad y en las escuelas privadas esa cifra sube al 75%, estima Unicef.