Manuela Chuqui es una de las parteras conocidas de la zona más alta de Guamote, en las faldas del Chimborazo. Foto: Glenda Giacometti/EL COMERCIO
Los 16 ahijados, nietos y sobrinos de Francisca Chuqui llegaron al mundo gracias a su intervención. Ella es la partera y fregadora de Guarguallá, situada en los páramos de Guamote, en Chimborazo.
Para acceder a esa comunidad hay que recorrer dos horas desde la cabecera cantonal por una carretera asfaltada en un tramo, y lastrada en otro.
Luego, hay que caminar por una vía angosta por al menos 40 minutos. El hospital más cercano está ubicado a dos horas de distancia y no siempre hay transporte.
Por eso la opción más recurrente para curar golpes, torceduras, fracturas y lesiones menores es la sabiduría que Chuqui heredó de su madre y de su abuela. Para ella, las plantas que crecen en los páramos, junto a las vertientes y en el huerto de su casa, son una especie de botica privada.
Ella sabe cómo mezclar, cocer y preparar pomadas, apósitos y compresas hechas únicamente con estas plantas. El toronjil, valeriana, mashua, hoja de zanahoria, lancetilla, entre otras hierbas, utilizan para desinflamar, aliviar una dolencia, como preparativos del parto, incluso tienen propiedades antibióticas y anestésicas.
Su casa se convirtió en una especie de consultorio de medicina andina para sus vecinos. “Es que viajar al hospital es todo un sacrificio. Hay que caminar y luego rezar para que pase un carro que nos lleve”, cuenta la mujer de 42 años.
Ella también es experta en “mantear” y fajar. Así le llama a una técnica indígena que consiste en envolver a la mujer en mantas para acomodar sus caderas tras el embarazo y luego envolverla en una cinta gruesa denominada faja kawiña.
“Me he preparado desde los 14 años, a esa edad ya le ayudaba a mi mamá con sus pacientes. En esa época había menos médicos y el acceso a la salud era más difícil para la gente indígena”, cuenta Chuqui.
Pero su preparación no solo es empírica. Chuqui también tomó cursos en el Ministerio de Salud, en la Asociación de Parteras de Imbabura y forma parte del grupo de parteras del Hospital Andino Alternativo de Chimborazo.
Este grupo lo integran otras 11 mujeres de distintas comunidades. Ellas reciben capacitación sobre asepsia, primeros auxilios y nociones básicas de medicina convencional. “Nos hemos preocupado por combinar la medicina tradicional con la occidental, porque sabemos que muchas veces los partos se dan en situaciones de riesgo”, indica Chuqui.
A diferencia de un parto convencional, las comadronas adecúan la casa de la familia para recibir al bebé. El sitio debe ser amplio para que la partera pueda movilizarse, ser cálido y estar limpio.
La mujer que alumbrará se ubica en cuclillas sobre la cama para pujar con más fuerza y toma infusiones de hierbas para reducir el dolor y acelerar la dilatación del útero.
“Es antinatural dar a luz recostada, el bebé sale boca abajo y el médico tiene que darle a vuelta para atenderlo, por eso un parto andino representa un 50% menos de dolor”, cuenta Carmen Borja, partera del Hospital Andino.
Ella cuenta en que los últimos años los partos andinos se han vuelto una opción más frecuente no solo entre las mujeres indígenas que habitan en las comunidades distantes, sino también para las mujeres