El paintball es una ola de emociones y una descarga de energía. Quienes lo juegan se apasionan por compartir la experiencia y atraer nuevos adeptos. La camaradería permite a sus jugadores crear lazos de confianza y amistad. Cada equipo debe colocarse un overol (este es opcional, solo si no quiere ensuciar la ropa), rodilleras, coderas, chaleco y una máscara. Esta última es la más importante y no debe ser retirada durante la competencia.
Es un juego de riesgo controlado, en escenarios recreados y con la seguridad necesaria. Se usa un arma, denominada marcadora, que funciona con aire comprimido. Puede disparar hasta cuatro veces por segundo. A cada jugador se le entrega una, cargada con 100, 150 o 200 bolitas de pintura.
Israel Hidalgo tiene 35 años y juega paintball hace más de 20. Arrancó con esta pasión trabajando en un campo de Estados Unidos y terminó montando su propia cancha en Quito en 2007. Era muy joven y el concepto que manejó en su primer negocio estaba direccionado a apasionados del deporte, como él. Desde entonces ha intentado manejar estos espacios logrando el éxito en 2018, con Quito Paintball, en el sector de la Universidad de Los Hemisferios, en el norte de la capital. El complejo tiene 3 hectáreas y cinco pistas para los amantes de la adrenalina. Este proyecto permite planes familiares y recibe a niños desde los 6 años, ya que cuenta con proyectiles más pequeños de bajo impacto. También trasladan el juego a instituciones educativas o lo llevan a fiestas privadas.
El primer espacio cuenta con obstáculos inflables para recrear cualquier tipo de atmósfera. Uno más grande es el ‘woodsball’, una mezcla de bosque y trincheras a lo largo de una hectárea de terreno.
El laberinto y el ‘recball’ tienen obstáculos de llantas, autos y covachas, para una experiencia más real. Finalmente, está la única pista cubierta del país. Cuenta con toda una infraestructura de inflables para reproducir un enfrentamiento militar. “Vinimos para desestresarnos del trabajo; vale la pena”, declara Jordan Centeno, de 25 años, que llegó a jugar por primera vez la tarde del martes 2 de agosto. Se trasladaron con seis amigos desde Sangolquí para vivir la experiencia que los agotó en dos horas.
La regla más importante es no disparar a un jugador a menos de tres metros. Tampoco se debe limpiar la pintura de la ropa, una vez recibido el primer impacto hay que retirarse a una zona segura.
Este complejo cuenta con membresías para quienes practican el deporte de manera habitual. Hay quienes tienen sus propios equipos y pagan valores mínimos por usar los espacios para entrenarse.
En San José de Morán, en Calderón, Santiago Chiriboga montó una cancha en su propia casa. Cuenta con espacio y equipos para rentar a grupos que llegan a jugar. Hay diferentes temáticas que pueden incluir atrapar una bandera y armar estrategias. “Una vez que probé la adrenalina del paintball me encantó y empecé a practicar cada semana”, recuerda Chiriboga, que comparte esta afición con su esposa. Él es árbitro internacional certificado y viaja a otros países a diferentes torneos. Su cancha atiende previa reserva, desde las 09:00 hasta las 16:00. No hay límites para el público que llega a este lugar. Hay quienes buscan iniciarse en este mundo y los grupos que ya conocen la dinámica y la disfrutan más a menudo.
En Ecuador, el deporte no es reconocido como tal.Para Hidalgo se trata de mucho más que de un negocio; busca crear una cultura donde se incluya esta práctica.