Zoila Chiliquinga dirige los deberes de su hijo Sayri, de 6 años. Foto: Glenda Giacometti / EL COMERCIO
Achic Pacaricamac Vidal es maestro de música en el Centro Cultural Inkarte de la parroquia Salasaka, en Tungurahua. Su nombre kichwa traducido al español significa ‘Esplendor del Amanecer’. El joven oriundo de la parroquia Pilahuín lleva con orgullo el nombre con el que su padre Ángel decidió bautizarle.
Viste su atuendo autóctono compuesto por un pantalón blanco, una camisa bordada con finos hilos y un poncho rojo. Dice que de pequeño sus amigos se burlaban, pues estornudaban cerca de él, pero aún así, eso no lo afectó. En la actualidad, Achic enseña a los niños a interpretar los instrumentos musicales como la quena, flauta, rondador…
De niño no entendía por qué sus progenitores le pusieron ese nombre, pero en su juventud su progenitor le enseñó que en el mundo andino tiene mucho significado con la vida, la naturaleza y es parte del rescate de su cultura. Se lamenta porque esos saberes y conocimientos se pierden al igual que los nombres.
“La aculturación hizo que vayan desapareciendo los nombres y se usen los extranjeros que se ven en películas o novelas”. Esta decadencia, afirma, se inició hace 20 años y de a poco se ha recuperado. Por eso en el centro cultural donde labora, se intentan mantener estas tradiciones con los niños a través de diferentes actividades.
En las parroquias Pilahuín y Salasaka aún se encuentran personas con nombres andinos en kichwa como Samai (Alegría), Sairy (Príncipe), Rimay (Hablador), Tamia (Lluvia), Inti (Sol). También, Achic Pacaricamac, Huaira (viento), Pacarina (Amanecer)…
Raymi Quiliquinga, investigador de la cultura andina, dice que en los últimos 20 años los nombres kichwas no eran valorados, la autoestima de la gente indígena era baja y recompensaban usando nombres extranjeros como Richard, Michael, Joseph, Christian. Algo similar ocurrió con los apellidos que también se han cambiado.
Pero a través del gusto por conocer el significado de estos nombres y la difusión en talleres y reuniones comunitarias se han recobrado de a poco los nombres autóctonos, relacionados con la Pacha Mama (madre tierra, en español), con la naturaleza, los dioses, personajes y otros guerreros indígenas importantes.
Según el investigador, este nuevo interés ha provocado que en los últimos años los padres vuelvan a usar nombres como Mayu (río), Killa (luna), Wara (estrella), Sinchi (Fuerte), Amauta (sabio), Tupac, Malku de los Andes (cóndor de los Andes), Sisa (flor), Rumiñahui (cara de piedra), Yarik (razonador o pensador),
Kusig (alegría).
“La familia está valorando los nombres y recuperándolos. También, los mestizos los están usando, pero en la mayoría al escuchar esos nombres se burlan porque desconocen el significado profundo y su valor”, asegura Raymi que en español significa Fiesta.
En la parroquia Salasaka del cantón Pelileo, en Tungurahua, Sayri Rumiñahui Masaquiza, de 6 años, estudia música. Su madre Zoila Chiliquinga dice que decidió ponerle ese nombre en honor a sus raíces indígenas. “Mis padres me enseñaron que debemos valorar nuestra cultura, sobre todo las tradiciones y los nombres”, indica. Por esa razón, su hijo lleva el nombre de Príncipe (cara de piedra) que evoca también a un líder indígena llamado Inka, un personaje importante.
Cuando el niño le pregunta a su progenitora lo que significan sus nombres, Zoila le explica que debe sentirse orgulloso de quien fue Rumiñahui. Le habla de un líder importante de la antigüedad y de la resistencia indígena ante la invasión española. “Creo que hay que seguir incentivando esta tradición”, comenta.