En la comunidad todos conocen y respetan a Manuel Tenesaca (con el tambor) y a su familia. Viven en el páramo. Foto: Glenda Giacometti/EL COMERCIO
Manuel Tenesaca es un personaje respetado por la cultura Puruhá. Él fue designado como Yaya Carnaval de la provincia de Chimborazo y como chakarero en su comunidad natal, Guarguallá; su función es proteger los páramos y guiar a los líderes y jóvenes de las comunidades.
El Yaya, de 65 años, viste casi siempre un zamarro de piel de llama, un poncho rojo y un sombrero blanco de lana de borrego. También, lleva un bastón de mando con cintas de colores, un acial y un tambor (en ocasiones especiales).
Este atuendo solo pueden vestirlo las autoridades y los más ancianos y sabios de las comunidades indígenas. “Estoy honrado con esta designación. Yo he dedicado mi vida a trabajar por esta tierra, a difundir el respeto y el amor por nuestra Pachamama”, cuenta sonriente Tenesaca.
Él vive en el ingreso al Parque Nacional Sangay, en la parroquia Cebadas, a dos horas de Riobamba. Allí todos los habitantes lo conocen como ‘Taita Manuel’ y acuden a él en busca de consejos y de historias antiguas sobre ese lugar.
“El Taita Manuel está presente en todas las reuniones de la comunidad, incluso lo invitan al Gobierno Parroquial. Para nosotros, la guía de los ancianos, sus consejos y sus experiencias son muy valiosos y se consideran en la toma de decisiones”, cuenta Julián Pucha, parte del consejo de Chakareros de Chimborazo.
Tenesaca también fue considerado parte de esta agrupación por sus conocimientos sobre las técnicas ancestrales para la agricultura y las señales de la Pachamama que anuncian los mejores tiempos
para las cosechas y para la siembra de cultivos.
Él, por ejemplo, puede identificar si las lluvias continuarán o cesarán estudiando el arco iris y la forma en la que se combinan los colores. También, sabe si se aproxima una sequía o una catástrofe sintiendo la dirección del viento y observando la conducta de los animales de la zona.
“Aprendí desde que era pequeño. Siempre escuchaba lo que decían los abuelos y estudiaba cada detalle del entorno”, cuenta Tenesaca. Hoy, esos conocimientos no solo los aplica para aconsejar a otros agricultores de Guarguallá, sino también para el turismo comunitario.
Se capacitó como guía nativo y actualmente lidera un proyecto nuevo en su comunidad. La vista privilegiada del volcán Sangay y la convivencia con las familias indígenas de esa zona atraen a los turistas extranjeros y a los amantes de la aventura.
En la comunidad, 18 jóvenes guiados por el ‘Taita Manuel’ se asociaron para integrar una asociación de turismo comunitario.
“Ofrecemos turismo vivencial que tiene acogida, especialmente entre los extranjeros.
Ellos se sorprenden de nuestra forma de vida, les gusta compartir nuestra rutina, conocer de nuestras creencias y dormir en las chozas”, cuenta Ángel Tenemaza, uno de los comuneros.
El objetivo de este tipo de turismo es que los visitantes puedan formar parte, de forma temporal, de la familia que les recibe durante el tiempo que dure su estancia.
La experiencia incluye dormir en sus chozas, acompañar a los comuneros en sus tareas habituales y disfrutar de la comida tradicional que se sirve en el páramo.
Estos platos generalmente incluyen habas tiernas, mellocos, mashuas, papas nativas y todo tipo de cereales. Esta comida también se brinda a los visitantes antes de iniciar el recorrido hasta el volcán Sangay, donde pueden acampar, pescar, tomar fotografías y mirar la fauna silvestre.
Los comuneros asimismo ofrecen el servicio de guianza y transporte de equipaje. Ellos conocen bien la zona, los sitios seguros para acampar y los senderos para llegar al coloso.
El trayecto desde la comunidad hasta el Sangay tiene 32 kilómetros y se ofrecen paquetes turísticos desde USD 50 por persona.