Pedro Santiesteban tiene 30 años y es soltero. Sus amigos lo conocen como el ‘mandarina’ del grupo, un término que él toma con humor y considera que le queda bien “hasta la cáscara” dadas las situaciones que ha experimentado con las parejas que ha tenido a lo largo de su vida. En su casa, dice, le inculcaron ser amable y caballeroso. “Siempre me ha gustado hacer sentir bien y complacer a las personas que quiero”.
Juan Carlos Muñoz, de 41 años, vive en Guayaquil y cuenta que suele usar ese calificativo para referirse a los panas a los que “sus esposas no dejan salir a pelotear o que cuando visitas los encuentras haciendo quehaceres domésticos”. Sin embargo, reconoce que “en realidad esto no tiene nada de malo porque hay que colaborar con las tareas del hogar”.
Pero ¿de dónde viene el término? Víctor Briones, presidente de la Asociación de Sociólogos del Guayas, explica que la Real Academia define al mandarinismo como gobierno arbitrario. “Eso hace referencia, dentro de la estructura familiar, a la imposición de la autoridad y la administración del hogar, lo cual desde la perspectiva sociocultural puede ser considerado como un sometimiento de la mujer hacia el hombre o viceversa”.
En la sociedad ecuatoriana el término se asocia más a los hombres.
Roles y familia
Eduardo Muñoa, docente de la Universidad Casa Grande y experto en masculinidades, señala que este estereotipo está esencialmente marcado por un carácter heteropatriarcal que asume que la vida doméstica es cosa de mujeres y por tanto que los hombres que participan de ella son débiles y dominados por la mujer.
“Todos los estereotipos se transmiten socialmente, como la mayoría de los componentes culturales. En este proceso la familia tiene un rol primigenio, que luego se ve reforzado por el peso de los imaginarios sociales en la construcción que los individuos realizan del mundo, señala Muñoa.
Con esto coincide la socióloga Yojanna Ormaza, pero aclara que un hombre que asume el rol de ocuparse de los quehaceres del hogar no necesariamente se encuentra subyugado por el género femenino. Es probable que así lo haya decidido la pareja dentro del círculo familiar. “La familia es una estructura social y cada miembro tiene una función determinada. No es algo para tomarse como objeto de burla”, porque de esa manera solo se fomentarán estereotipos que los hijos repetirán.
Un trasfondo de violencia
Para Muñoa, el solo uso del término es un acto de violencia simbólica, aunque se haga entre amigos y risas. Explica que en la definición de masculinidad hegemónica (Connel, 1997) ya se habla de cómo se entiende como menos hombres a aquellos sujetos que no son portadores o que no ostentan los valores tradicionalmente asociados a la hegemonía masculina. Entonces, cuando un hombre es catalogado como ‘mandarina’ se ejerce sobre el mismo una carga de violencia discursiva que implica considerarlo menos hombre que otros hombres. “Es importante remarcar que esa violencia simbólica proviene, esencialmente, de otros hombres”, apunta el experto.
Para el psicólogo Carlos Galarza, el mandarinismo es un estereotipo machista que implica un control de la relación y hasta sumisión, pero además oculta otros estereotipos, “por ejemplo, cuando un hombre llega a una relación formal se suele decir que sienta cabeza y se da por hecho que ya no tendrá tiempo para salir con sus amigos y mucho menos con amigas”.
Pedro ha experimentado estas situaciones, algunas de las cuales dejaba pasar porque “no quería crear un momento incómodo en la relación”. Con una de sus exnovias convivió cuatro años y de a poco notó que, lo que al comienzo parecían manifestaciones tiernas de “querer que siempre pase con ella” se volvieron más intrusivas, pues “ya no tenía mi espacio y si quería hacer algo tenía que decirle”.
“Me perdí varios viajes con mis amigos, a pesar de que algunos eran en fin de semana cuando ella trabajaba”. El joven cuenta que en ocasiones su entonces novia aplicó lo que considera como un chantaje emocional. “Se ponía a llorar, otras veces gritaba o se paraba frente a la puerta y me decía que si me iba mejor no regresara”.
Ormaza señala que si se lo observa desde el punto de vista de la dominación “sí hay esta violencia, porque el hombre o mujer asume roles impuestos de manera forzada y sin mutuo acuerdo”. Con ello coincide Briones y recuerda que la violencia no es solo física, sino también verbal y psicológica. Y no solo la sufren las mujeres.
Una transición
Para los expertos, los roles se han hecho cada vez más flexibles y equitativos. Y es de esperar que esto lleve, en algún momento, a la desaparición de los esquemas rígidos sobre los roles de género en la vida doméstica, aunque no será inmediato, requerirá de un tiempo de maduración de la sociedad.
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