Un punto de partida es que los docentes, sin excepción, hemos dejado huellas en nuestros estudiantes. Unas han sido indelebles, imborrables; otras olvidadas y talvez menospreciadas. Un hecho cierto es que nuestra historia personal se ha nutrido de esos momentos y espacios escolares, donde transitaron profesores, compañeros y acontecimientos que marcaron nuestra intimidad social para siempre.
El salón de clase
El aula escolar podemos ubicarlo fácilmente en nuestra memoria, así como el primer día de clases y los maestros que nos enseñaron las primeras letras. El contexto físico de la escuela o centro educativo es el escenario inicial donde se ejerció esa ritualidad cíclica, que nos dio una apariencia de estabilidad emocional, solo comparable con el hogar, nuestro cuarto de estudio y los lugares donde realizábamos los deberes.
La tiza, el pizarrón, los pupitres, los mapas, la biblioteca, los horarios y calendarios, los mensajes de urbanidad y buenas costumbres, y por supuesto, la mochila con los cuadernos, los libros, la cartuchera, las cartillas y la tarrina con los alimentos… formaban parte de esa hermosa parafernalia de afectos que endulzaban nuestras existencias.
Las aulas eran sitios privilegiados para aprender, en la formalidad de la escuela, aunque la mayoría de niños prefería el patio -la república infantil por excelencia-,donde se respiraba autonomía gracias al juego, el deporte espontáneo y la amistad con los compañeros. El patio fue el territorio predestinado para la risa, las carreras desenfrenadas y el mundo de la libertad fecundado por instantes triviales, cortado casi siempre por la sirena o la campana.
Dinámica de la vida escolar
La aventura de ser alumno ha sido materia de investigaciones y publicaciones. P. Jackson, en el libro “Los afanes cotidianos”, identifica tres condiciones constantes que caracterizan la dinámica social de la vida escolar: el grupo, el poder y los elogios.
La clase es el escenario natural para la formación de grupos humanos, que interactúan entre sí para ser enseñados, de acuerdo a un currículo rígido, como parte de la disciplina ministerial y una agenda obligatoria que reglamenta la vida de los estudiantes. Lo raro es que estas “normas” impuestas forman hábitos, que los alumnos aceptan en silencio, so pena de perder notas.
El poder, en cambio, nace en dos ámbitos: la familia, donde predomina generalmente el patriarcado, y el espacio escolar donde el profesor es el que ordena, el que sabe y quien califica los conocimientos del alumnado con números, cifras y colores. En los hogares los padres son agentes restrictivos, y en las aulas los docentes ejercen a más del poder restrictivo el poder prescriptivo y resolutivo. Resultado: aparecen los buenos y malos estudiantes, los aplicados y los vagos, los inteligentes y los lentos.
Jackson reconoce, en tercer lugar, el campo de los elogios, cuando el docente hace las veces de guardia, juez, proveedor y marcador de ritmos y secuencias de aprendizaje. Y a partir de los controles y evaluaciones nacen juicios sobre los alumnos respaldados por notas, y en ocasiones -según las escalas de los docentes, generalmente subjetivas- apreciaciones que “marcan” la vida los estudiantes, sobre todo en aquellos planteles que aplican regímenes estandarizados, que se expresan en las famosas libretas de calificaciones. En ese contexto, los estudiantes nunca evalúan a los profesores, y así el clima vertical de educación centrada en el profesor se perenniza.
El currículo oculto
La aventura de ser alumno tiene entonces matices, según los contextos, los comportamientos de los profesores y padres de familia. Lo anterior se manifiesta, desde la Semiótica, mediante la identificación de dos currículos: el escrito, formal, verbalizado, obligatorio y real, que se expresa en el plan de estudios establecido por el Ministerio de Educación; y el no escrito, no verbalizado o currículo oculto, que se transmite, de manera imperceptible, en las aulas, a través de gestos, actitudes y mensajes que, según varias investigaciones, supera en altos porcentajes a los aprendizajes formales y memorizados.
El discurso pedagógico y didáctico -que explica el currículo oculto- ha sido estudiado por Michel Foucault. “Vigilar y castigar” es una de sus obras emblemáticas. Este discurso no está constituido simplemente por palabras, sino que se materializa en prácticas, patrones de conducta y actitudes personales e institucionales, y en métodos de enseñanza.
De aquí emana un concepto clave: que los discursos de los docentes no son neutros; están mediados por la cultura. En ese sentido, podría hablarse de discursos dominantesque inciden en los comportamientos de los profesores y que son transmitidos -de manera vertical- a los alumnos (mediante “dictados”, libros, láminas, enfoques, habilidades, destrezas y competencias), junto a valores y creencias. Paulo Freire, pedagogo brasileño, describió esta realidad en los libros: ”Pedagogía del Oprimido” y “Educación para Libertad”. Freire fue enfático en luchar contra la corriente domesticadora de la educación.
Pedagogía crítica
Frente a esta situación -frecuente en el Ecuador-, la propuesta es la construcción de una pedagogía crítica, reconocida como una tendencia en la educación contemporánea, porque intenta superar estas prácticas discursivas –generadas, gobernadas y reproducidas por reglas y poder– que moldean nuestras subjetividades y, sobre todo, nuestras formas de comprender el mundo para mantener el statu quo.
El objetivo es, entonces, romper estas prácticas que se han vueltos habituales y normales en los ambientes escolares. ¿Con qué frecuencia cuestionan los docentes la estratificación, el agrupamiento por habilidades, la graduación competitiva, los enfoques centrados en los maestros y no en los estudiantes, así como el uso de recompensas y castigos como estrategias de control?
Una tesis básica de la pedagogía crítica es que el conocimiento -la verdad- es socialmente construido, culturalmente mediado e históricamente situado.
Este tema será tratado en otro ensayo. Entretanto, que nos quede la inquietud que la aventura de ser alumno -y por extensión, la aventura de ser profesor, en el contexto del currículo oculto- merece ser tomada en cuenta, y no solo los contenidos obligatorios definidos por el Ministerio de Educación.