Los Centros Proniño tienen capacidad para recibir a unos 100 pequeños por día. Foto: Enrique Pesantes / EL COMERCIO
La mesita de plástico está repleta con crayones. A manotazos, un grupo de pequeños se pelea por conseguir el de color rojo. Quieren garabatear las hojas que poco antes les entregaron los voluntarios de la ONG internacional World Vision, quienes también intervienen como mediadores para resolver el conflicto infantil.
Es de tarde en el albergue del exaeropuerto Reales Tamarindos, en Portoviejo (Manabí). Y unos 40 niños olvidan, entre lápices de colores, que perdieron sus casas y ahora viven en las carpas instaladas sobre una pista de asfalto que eleva la temperatura cuando el sol aparece.
Hasta el martes 28 de junio del 2016, este campamento de la capital manabita recibía a 1 005 damnificados que abandonaron sus viviendas tras el terremoto del 16 de abril del 2016. De ellos, 277 son niños de entre 0 y 12 años.
Pocos días después del sismo de 7,8 de magnitud, el Fondo de las Naciones Unidas para la Infancia (Unicef) calculó que más de 150 000 niñas, niños y adolescentes perdieron o vieron heridos a sus seres queridos, dejaron sus casas y padecieron por el acceso a agua potable, saneamiento y otros servicios.
Algunos de esos obstáculos ya han sido superados. Pero el soporte emocional continúa con actividades lúdicas. Gabriela Molina es la directora distrital del Ministerio de Inclusión Económica y Social (MIES) en Portoviejo y explica que mantienen programas para niños y adolescentes con los ministerios de Deportes y Cultura. “En algunos albergues están funcionando escuelas de fútbol, baloncesto y se dan clases de bailoterapia. Y en esta semana comenzarán las clases de canto y declamación”.
En el albergue de Portoviejo y otras zonas afectadas, World Vision creó espacios amigables, con sillitas de colores y música. Allí dan apoyo psico-social a través de actividades que aportan a reducir el impacto emocional en los infantes tras el sismo.
Mientras se entretiene con un juguete que alguien le regaló, Anita cuenta lo que vivió. “Estaba en mi casa y todo se movía. Solo me quedé en un rincón y vi que las cosas caían. Mi familia está bien; ahora vivimos aquí”, recuerda la niña de unos 10 años.
Las Fuerzas Armadas están a cargo del resguardo y administración del albergue. Pero los uniformados también se dan tiempo para compartir con los más pequeños. El subteniente José Andrade, del equipo de Misiones de Paz de Ecuador, ha creado un vínculo cercano con algunos de ellos.
“Es parte de nuestra misión y lo hacemos con gusto. La idea es que tengan una convivencia en armonía, aunque estén lejos de sus casas y ahora tengan que interactuar con otras familias. Les decimos que somos parte de una gran familia y que estamos prestos a apoyarles”, dice. Mientras recorre los bloques de carpas, algunos chicos se le acercan para pedir ayuda con las tareas o, simplemente, para que los cargue.
A más de 180 kilómetros de distancia, en el cantón Pedernales, Kevin juega con algunos vecinos en el barrio Brisas del Pacífico. En la zona del epicentro, los pequeños poco a poco pierden el miedo. “Al principio no queríamos dormir por las réplicas”, dice el niño de 12 años.
Para dar soporte en este cantón manabita, Fundación Telefónica Movistar abrió dos centros Proniño en los barrios Brisas del Pacífico y Las Palmitas. En estos espacios reciben talleres formativos, apoyo psicológico, actividades lúdicas, alimentación, educación digital y artística.
Cada espacio tiene unos 230 metros cuadrados y fueron construidos con materiales frescos. Por las mañanas o las tardes, niños de entre 6 y 15 años se reúnen para pintar, jugar con tablets y ver documentales en especie de cine adaptado dentro de una carpa.
Los Centros Proniño tienen capacidad para recibir a unos 100 pequeños por día. En todo Manabí, la meta de esta fundación es levantar siete de estos sitios de atención infantil.