Jornada Mundial de Oración de Asís que convocó Juan Pablo II el 27 de octubre de 1986. En esta ocasión reunió a líderes religiosos que buscan una unión para sus fieles y sus credos.
El abrazo entre el papa Francisco, líder de la iglesia católica, y la arzobispo Antje Jackelen, autoridad eclesiástica luterana de Lund (Suecia), es uno de los grandes símbolos que dejó la conmemoración de los 500 años de la Reforma.
Más que la mera imagen del encuentro entre dos líderes religiosos, este gesto fue la muestra concreta de un cambio en el interior del catolicismo y que se inició en 1959 con la publicación del Concilio Vaticano II. Es, en pocas palabras, el rostro visible del diálogo ecuménico.
En nuestra época, acechada constantemente por el espíritu del egoísmo y los fundamentalismos del yo, el diálogo ecuménico abre una puerta hacia una renovación en la esencia misma del hecho religioso. Ya no solo importa cómo la fe determina a las personas de un mismo grupo, sino que se intenta expandir las creencias hacia los demás, sin olvidar que aquellos tienen su derecho a creer.
Eso es, precisamente, lo que Francisco ha expuesto en su visita a Suecia. “Este viaje es importante porque es un viaje muy eclesial en el campo del ecumenismo”, señaló el Pontífice en camino a su encuentro con los luteranos.
Con su visita, Francisco muestra lo que ha sido un largo tránsito de cambios en el interior de la iglesia católica. Un recorrido cuyos primeros y más fuertes pasos los daría Juan Pablo II con su apertura para hablar con los líderes religiosos del mundo. Algo que se plasmó en sus encuentros con personajes como Dalai Lama y, paralelamente, con escritos pontificios como ‘Redemptoris Hominis’, su primera encíclica y que marcaría definitivamente su rumbo de trabajo como obispo de Roma.
El papa Francisco saluda a Antje Jackelen, arzobispa de la Iglesia Luterana de Suecia. Foto: EFE
En este documento, Juan Pablo II precisó la necesidad de que se desarrollara un diálogo religioso que abordara el fenómeno humano de manera integral. “Es cierto además que, en la presente situación histórica de la cristiandad y del mundo, no se ve otra posibilidad de cumplir la misión universal de la Iglesia, en lo concerniente a los problemas ecuménicos, que la de buscar lealmente, con perseverancia, humildad y con valentía, las vías de acercamiento y de unión”.
Esa sería la misma preocupación que marcó la línea de trabajo de su sucesor, Benedicto XI. Al inicio de su pontificado, el ahora papa emérito expresó su voluntad de “asumir como compromiso prioritario el trabajar, sin ahorrar energías, en el restablecimiento de la unidad plena y visible de todos los seguidores de Cristo”. Una tarea que la cumpliría con especial ahínco en sus primeros viajes pastorales a Alemania en 2005 (Colonia) y 2006 (Ratisbona), donde mantuvo reuniones con líderes religiosos locales para luego, en 2011, visitar finalmente Erfurt, donde Martín Lutero se formó intelectualmente y desarrolló las ideas de lo que fueron las tesis con las que cuestionó el papel que en este momento tenía la iglesia católica y su clérigos.
Con Francisco, la iglesia católica de Roma quiere renovar este compromiso de un diálogo abierto y sin censuras para lograr una unidad cristiana universal. Su encuentro con la iglesia luterana sueca es un peldaño más en una misión que ha dejado como resultado, entre otros, reuniones tan importantes como la llevada a cabo en febrero de este año con el patriarca ortodoxo ruso Kirril. Este fue el primer encuentro luego de casi mil años entre los dos principales líderes del cristianismo.
Una de las principales preguntas que saltan a discusión es por qué las iglesias (sobre todo cristianas) del mundo trabajan en pro del ecumenismo. Frente a esta cuestión, el cardenal Kurt Koch se ha mantenido como el gran vocero de la unidad cristiana dentro del Vaticano, promulgando constantemente que el ecumenismo es mucho más que un intercambio de ideas; es, más bien, una posibilidad para hablar de dones, de realidades de la fe. ¿Pero es así efectivamente para todos?
El patriarca Bartolomé de Constantinopla saluda al papa Benedicto XVI durante un encuentro concretado en Italia en 2011.
Según la visión de la Federación Luterana Mundial, en la actualidad el ecumenismo es una oportunidad para dejar sentadas las bases de la unidad de los cristianos de las futuras generaciones. No solo es una estrategia político-religiosa en búsqueda de mayores adeptos. En pleno siglo de secularización, la iglesia luterana aboga por un diálogo que aborde tanto las dimensiones doctrinales y las prácticas propias de la fe. De este modo no solo se asegura un cambio en los procesos eclesiásticos, sino que se establece una guía concreta para el accionar de los creyentes.
Sin embargo, en la doctrina es donde se encuentra el mayor desafío para la unidad cristiana. Al respecto, William G. Rusch, profesor luterano de la Escuela de Divinidad de Yale, ha establecido que uno de los grandes retos luego de 500 años de Reforma es encontrar una verdadera comunión entre las teologías.
Por ejemplo, las 95 tesis de Lutero se mantienen vigentes en todas las divisiones de la iglesia luterana (si bien no en su planteamiento original). Tal es el caso de las indulgencias papales, fuertemente debatidas por el teólogo alemán, quien en su tesis 75 escribe: “Es un disparate pensar que las indulgencias del papa sean tan eficaces como para que puedan absolver, para hablar de algo imposible, a un hombre que haya violado a la madre de Dios”.
Al respecto, Paul Rajashekar, académico del Seminario Luterano de Filadelfia, defiende un diálogo intraeclesial que plantee un sentido colectivo de unidad, pero que no ahogue la diversidad. En el documento ‘Diálogo con personas de otras creencias y la teología ecuménica’, el académico establece que “los cristianos deben comprender y afirmar su fe colectivamente”. Él mira que el ecumenismo es una herramienta que ayuda a unir tanto a la Iglesia como a la humanidad misma. Y lo hace en base a un concepto fundacional.
En su significado etimológico, ecumenismo viene de la palabra griega oikoumene. Esta se refiere a la tierra habitada, y es allí donde alcanza su máxima expresión para el cristianismo contemporáneo. El ecumenismo del siglo XXI no solo atañe a una porción de una religión. Tal como lo establece Rajashekar, con este concepto se abre la posibilidad de establecer un proceso dialéctico y dialógico que permitirá una verdadera comunión entre los distintos sistemas de creencias. Un objetivo imperante frente a ciertos fundamentalismos religiosos que van ganando terreno, sobre todo en Medio Oriente. Solo de este modo se podrán mantener discusiones teológicas que no se centren en las diferencias de los distintos credos, sino que analicen sus similitudes para enriquecerse unas a otras en su fe.
500 años después de uno de los grandes cismas del cristianismo, el ecumenismo establece una guía para repensar los credos. Con ello no se intenta abolir la fe, sino comprender que la experiencia religiosa se enriquece gracias a los otros, en un acto de comunión intrínseca que los lleva a compartir su fe para demostrar cuál es su misión en el mundo.