Víctor Arregui atraviesa uno de los momentos más especiales de su vida. Acaba de estrenar el documental ‘El día que me callé’ y el Aucas, el equipo del que es hincha desde pequeño, vive la mejor temporada de su historia. Sentado en una banca del Centro Cultural Metropolitano conversó con este Diario sobre estos dos mundos.
¿Es cierto que para ser hincha del Aucas hay que aprender a convivir con el sufrimiento?
Sí, porque nosotros nunca hemos conocido la gloria. Antes de esta campaña ni siquiera habíamos llegado a la Copa Libertadores. Tienes que tener un espíritu sufridor para aguantar todo eso. Pero ahora, después de 77 años, hay la posibilidad de cambiar esa historia. Para mí, el Aucas es pueblo y está bueno que alguna vez el pueblo sea campeón.
¿Qué ha sido lo más difícil de convivir con ese sufrimiento?
Tengo un hijo que es del Aucas, pero un tiempo se cambió de equipo porque decía que todo era pérdida y sufrimiento. Se fue a la Liga, pero volvió porque entendió que hay que ser hincha en las buenas y en las malas. El Aucas es un equipo familiar. Si vas al estadio ves desde el guagua en brazos hasta el abuelito con la campana.
¿Y con la violencia sexual que vivió de joven y que cuenta en el filme que hizo con Isabel Dávalos?
Ese sufrimiento lo llevé por dentro durante años. Lo más difícil fue imaginar cómo les afectaría a los demás, sobre todo, a mi familia. Durante muchos años lo afronté con la ayuda de psicólogos; pero no hay una receta que funcione, porque cada quien sufre por dentro de diferente manera. Tengo dos baipás y tres infartos, pero también buen humor. He mezclado todo eso para ir sobreviviendo.
Entonces, ¿el humor se convirtió en una especie de aliado?
Me gustan la ironía y el humor negro. Tengo una cara completamente seria, pero por dentro no soy así. Soy una persona que se caga de risa.
Ironía y humor negro que ha trasladado a sus personajes.
Sí, sobre todo al médico de ‘Cuando me toque a mí’, en él pude poner lo que siento con mucha ironía. Cuando fui al estreno de la película me sorprendí de que la gente se riera porque para mí eran cosas naturales. Hay gente a la que le gusta la ironía y otra a la que no. Pero en general creo que nos falta tener más sentido del humor.
¿Hay que aprender a reírnos de nosotros mismos?
No tenemos la capacidad de reírnos de lo que somos. Las autoridades se enojan, la familia se enoja, los profesores se enojan. Somos incapaces de tener autocrítica y sentido común. Se debería investigar por qué los ecuatorianos no tenemos autocrítica, que es la base para reírnos de nosotros.
¿Si usted hiciera ese estudio cuál sería su diagnóstico?
A veces creo que seguimos viviendo con la mentalidad del siglo XIX; cada vez somos más conservadores y curuchupas. Somos una sociedad que vive con mucha culpa y la verdad no creo que seamos tan pecadores para tener ese nivel de culpa.
¿Compartir un sufrimiento hace más llevadero el dolor?
No sé. Compartir un sufrimiento conlleva un montón de responsabilidades. Tienes que pensar cuándo lo dices, dónde lo dices, por qué lo dices y si es necesario decirlo.
¿Por qué sintió que ya era necesario compartir el sufrimiento que vivió en su juventud?
Quizás porque mis hijos ya están grandes y no son tan vulnerables y porque mi mamá ya murió, ella capaz no lo hubiera soportado. Por otro lado, porque hay que decir las cosas y porque es algo que sigue pasando. Te quedarías loco al saber la cantidad de hombres que después de ver la película se acercaron a decirme que ellos también habían vivido abusos.
¿El silencio es una fuente de sufrimiento?
Creo que muchas veces la vergüenza hace que te calles. A mí me preocupaba lo que iban a decir mis papás, mis hermanos y mis amigos. El silencio te carcome por dentro y no es justo que uno esté con todo ese peso. Pero el silencio no solo es de uno sino de la sociedad. Todos nos callamos. No tenemos la capacidad de hablar y menos los hombres. No sabemos expresar nuestros sentimientos. Hablar entre hombres, abrazarnos entre hombres y solidarizarnos entre hombres está mal visto. Creo que hay que ir rompiendo un poco ese machismo. Hoy justo me puse esta camiseta que dice: “Mata al macho que hay en vos”.
Los hombres somos buenos para gritar, pero no para abrazar.
No sé si solo es en Ecuador o en Quito, pero los hombres como que no estamos autorizados a hablar de las cosas que nos están pasando. En la película, después de contarles lo que me pasó, se quedan como si les hubiera narrado cualquier anécdota de fútbol. Somos de una frialdad atroz y me imagino que todos somos así, no me excluyo. Yo hablo con mis amigos y es bien duro y complicado. Estamos completamente reprimidos.
¿Cómo cambiar esa realidad?
Cuando era joven me reí de todos esos chistes de doble sentido cargados de machismo. Salir de esa dinámica fue un ejercicio complicado. Cuando tienes hijos quieres que ya no tengan esas taras, que no se rían de esos chistes y que no juzguen a las personas. Algo que ayudaría mucho es que los hombres asumamos nuestras responsabilidades como padres y compañeros y que entre hombres nos empecemos a abrazar más.