Retrato de Carlos Montúfar, apresado y muerto en Colombia.
Murió de 35 años, fusilado por la espalda, como traidor. De eso le acusaron las autoridades realistas, que antes ya le habían desterrado, pero, como parte de una historia vital llena de peripecias y de amor por su patria, se había escapado y se había unido al ejército del Libertador Simón Bolívar, a quien había acompañado en su entrada triunfal en Santafé de Bogotá en diciembre de 1814. Fue en las luchas por la libertad de la Nueva Granada que, tras una derrota de las armas patriotas, fue apresado, condenado y fusilado de inmediato, el 31 de julio de 1816.
Doscientos años han pasado. Pocos saben que sus restos descansan en la Catedral de Quito. Allá llegaron en los años treinta del siglo pasado, enviados por la municipalidad de Buga a la municipalidad de Quito. Esta los entregó en custodia a la Catedral Metropolitana en un cofre de mármol que por décadas estuvo en la Capilla de las Almas de dicha iglesia. En algún momento, el cofre desapareció.
Mientras fui concejal (2003-2009), el Concejo me designó presidente de la Comisión de Educación y Cultura, uno de los objetivos de mi gestión, bajo la dirección del alcalde Paco Moncayo, fue preparar de la mejor manera la celebración del Bicentenario del Primer Grito de Independencia. En esa tarea planificamos y realizamos desde exposiciones hasta conciertos, desde la película “Mientras llega el día” hasta libros históricos.
Entre sus puntos más altos, por el éxito masivo de público y su hondo significado, estuvo la Velada Libertaria, escenificada cada año la noche del 9 de agosto, que se iniciaba con el concierto “Luz de Quito siempre viva” organizado por el Fonsal, y continuaba con la apertura de los museos e iglesias del Centro Histórico, actividades culturales en las plazas, hasta altas horas de la noche.
El propio diario EL COMERCIO calculaba la presencia de 200 000 personas, en algún año, y 300 000 el siguiente.
Entre estas actividades surgió en 2007 la inquietud de repatriar los restos del Obispo José Cuero y Caicedo, que estaban en Lima, donde murió en el destierro el año 1816; localizar los del “primer presidente de la América revolucionaria” Juan Pío Montúfar, que murió en el destierro en España en 1818; y exaltar los restos de Carlos Montúfar.
La repatriación de los restos del Obispo Cuero y Caicedo llevaron varios años y solo se pudo concretar en febrero de este año, por gestiones de los gobiernos del Ecuador y el Perú, en especial sus cancillerías, y la intervención decidida del historiador peruano Teodoro Hampe Martínez, quien lamentablemente falleció de forma inesperada tres semanas antes de la devolución de los restos. Hoy nadie sabe qué es de esos restos, que fueron dejados en una supuesta capilla ardiente en el Museo Antropológico y de Arte Contemporáneo (MAAC) de Guayaquil, donde casi nadie los visitaba. En un artículo que publiqué en la revista digital Plan V el 15 de marzo de 2016, ya me preguntaba qué esperaba el Gobierno para traerlos a Quito y entregarlos a la municipalidad para depositarlos en la Catedral. Hoy, desconozco dónde están, si siguen o no en el MAAC o dónde. En la catedral ciertamente no están. Es indigno el trato dado a los restos del presidente la Segunda Junta Revolucionaria de Quito y mártir de su libertad.
En la localización de los restos de Juan Pío Montúfar pude desempeñar un papel más directo. La comprobación histórica de que el marqués de Selva Alegre murió no en Cádiz, como se decía durante un tiempo, y tampoco en Sevilla, permitió precisar que falleció en Alcalá de Guadaíra, actualmente un pujante municipio cercano a Sevilla.
Montúfar había sido recluido, enfermo, en el hospital que por entonces mantenía una orden religiosa. Con la ayuda de la Junta de Andalucía y de las municipalidades de Quito y Alcalá de Guadaira pude visitar el sitio exacto donde se hallaba dicho hospital y comprobar, con mis propios ojos, que la iglesia del lugar se encuentra en ruinas y la cripta, donde seguramente fue enterrado el cuerpo del marqués de Selva Alegre, vacía por completo. Parte del antiguo hospital ha sido restaurado para alojar las oficinas de la empresa agrícola que hoy es dueña del lugar. Los esfuerzos posteriores de la municipalidad de esa localidad, con arqueólogos e historiadores, no han obtenido ninguna otra pista. Es una pena, pero se puede afirmar que esos restos desaparecieron para siempre.
En cuanto a los restos de Carlos Montúfar, luego de un susto inicial por la desaparición del cofre, con la ayuda de los canónigos de la catedral, especialmente Monseñor Tapia, se lo localizó en la propia Capilla de las Almas, donde estaba siendo utilizado como peaña de una imagen de la Virgen María.
El empeño del alcalde Moncayo y, en particular, del arquitecto Carlos Pallares, director del Fonsal, llevaron a que esta institución financiara la construcción de un mausoleo para que los restos de este héroe, uno de los mayores de nuestra historia, tuvieran una condigna sepultura.
Nacido en Quito en 1780, tenía apenas 35 años cuando fue fusilado. La historia de su muerte es aún más dolorosa cuando se recuerda que las mujeres de Buga donaron sus joyas para entregarlas como rescate del gallardo militar quiteño, sin lograr conmover al general español Juan de Sámano que lo había condenado.
Su historia debería ser conocida por todos: hijo de Juan Pío Montúfar (1758-1818) y Teresa Larrea, educado en Quito, se graduó de Maestro en Artes en la Universidad de Santo Tomás a los 20 años. Fue, junto con su familia, anfitrión del sabio alemán Alejandro de Humboldt y su acompañante, el médico y botánico francés, Aimé Bonpland a lo largo del año (1802) que se quedaron en el territorio de la Audiencia de Quito, y luego, se unió a los dos expedicionarios, y recorrió con ellos Perú, Panamá, México, Cuba y Estados Unidos, antes de llegar a Europa.
En 1805 ingresó a la Academia de Nobles de Madrid y pronto entró de oficial de los ejércitos españoles que se hallaban en su propia guerra de la independencia contra Napoleón y sus ejércitos. Fue nombrado teniente coronel y ayudante de campo del General Castaños, a cuyo lado estuvo en la batalla de Bailén, primera vez en la historia en que fueron derrotados los ejércitos napoleónicos.
Participó en muchos otros hechos de armas en la península y en 1810 fue uno de los comisionados que el Consejo de Regencia envió como plenipotenciarios a las distintas colonias españolas para proponerles que establecieran juntas que reconocieran a la Junta Central que gobernaba el imperio ante la ausencia de Fernando VII y en medio de la lucha contra Napoleón.Montúfar llegó al mes siguiente de la matanza del 2 de agosto de 1810 y utilizó sus poderes como Comisionado Regio para ayudar a fundar el Estado de Quito. Fue comandante general de su ejército y dio varias batallas en favor de la independencia, habiendo ocupado Cuenca en abril de 1812. Pero la suerte estaba echada y ese gobierno independiente no resistió ante la falta de apoyo y la ferocidad de los ejércitos españoles. Tras la derrota definitiva a fines de ese año en Ibarra, pudo ocultarse pero, habiendo sido denunciado, fue apresado en 1814 y enviado a España.
En un hecho digno de una novela de aventuras, Montúfar logró escapar de la cárcel en Panamá y, en vez de pensar en salvar su vida, pasó a la Nueva Granada y se unió a los ejércitos de Simón Bolívar, a quien había conocido en París en 1805. Bolívar le nombró coronel del ejército patriota y ayudante general. En tal condición entró en triunfo a Bogotá con Bolívar en diciembre de 1814.
Luego de intervenir en varias acciones de armas fue destinado a la campaña de Pasto bajo las órdenes del general francés Serviez. El desastre de la batalla de Cuchilla del Tambo en julio de 1816 culminó en su apresamiento y muerte. Hoy y siempre debemos honrar su memoria.
*Escritor. Académico de la Lengua y de la Historia.