Siluetas de cúpulas y monumentos o perfiles de edificios acentúan, en blanco y negro, la riqueza arquitectónica de la ciudad que celebra, junto al río, sus 481 años de fundación. Foto: Wladimir Torres
En la calurosa Guayaquil el sol suele ensañarse contra los edificios desde que se asoma detrás de la isla Santay, en el río Guayas, hasta cuando desaparece entre los ramales del Estero Salado, en el Suburbio oeste de la ciudad. En ese vertiginoso trajín diario hay una urbe que pasa a menudo inadvertida. Una urbe en la que la arquitectura contemporánea contrasta y a la vez se funde con la de las edificaciones más antiguas.
El contrapunto de luces y sombras, de construcciones y espacio, revela una serie de detalles arquitectónicos, perspectivas y composiciones. La utilización del blanco y negro ayuda a resaltar los detalles: una escultura semeja a unas tenazas que intentan alcanzar algo en el cielo; un edificio parece una espiral que se funde con el espacio.
A contraluz, la ciudad refleja igual la rigurosa simetría en la fachada de un edificio céntrico moderno que la contorsión de uno de los edificios más nuevos. Permite apreciar la contextura de los faroles de la avenida 9 de Octubre dispuestos frente a las cúpulas añejas de la iglesia de San Francisco o una escultura al pie de una edificación moderna.