Una niña ataviada con un traje tradicional mira a través de las mallas que separan a Corea del Sur de la enigmática Corea del Norte. Foto: AFP
Desertar lleva implícita la traición. No siempre es así pero es inevitable esa sensación de agobio a pesar de que las razones para abandonarlo todo, familia, patria y amigos, puedan ser justificables.
Los norcoreanos tienen todos los motivos para escapar de esa enorme y tenebrosa jaula que se autodefine, pomposamente, como República Popular Democrática de Corea. Está el hambre. El oprobio. La sensación de que hay algo mejor.
Aunque llevan escapándose desde la división de Corea en dos Estados desde el armisticio de 1953, el número de desertores ha aumentado dramáticamente este año. Suk-hoon Hong, jefe del Instituto de Políticas para la Reunificación de Corea, expresó que este año la cifra de fugados llegará a los 1 500, algo inédito desde el 2009, cuando se registró un récord de 2 914 deserciones.
Ese año llegó al poder Jong-un Kim, heredero de la dinastía monárquico-comunista del norte y que decretó una estricta vigilancia en la frontera con China, principal ruta de escape. Los controles surtieron efecto y bajó la cifra de desertores, pero ha vuelto a repuntar. ¿Qué está pasando en el hermético norte?
Bueno, no hay una sola clase de desertores y el asunto no es tan sencillo para dejarlo en blanco y negro. La historia de Eun-mi Han, quien en el 2009 escapó por China pero en calidad de esclava, lo demuestra. Luego de perder a sus padres por la hambruna, decidió salir del país. Se contactó con los traficantes de desertores del norte, que en realidad son bandas que trafican mujeres.
Eun-mi Han, nacida en 1990, cayó en la trampa y no en Corea del Sur como era su plan sino vendida a un chino de la frontera para ser su esposa. Sí, se ‘casó’, pero Eun-mi Han nunca dio por válido ese matrimonio. Se sintió forzada y también violada. En el 2010 dio a luz a su hijo y decidió intentar nuevamente la evasión.
Estar en China no es tan sencillo para un desertor norcoreano. Si las autoridades se daban cuenta de su verdadero origen, la habrían deportado ipso facto como han hecho con todos los norcoreanos detectados en su territorio. A pesar de que la Agencia de la ONU para los Refugiados ha pedido a China que no deporte a los desertores, la política es mandarlos de regreso, sin importar los castigos (prisiones, trabajos forzados, más hambre, escarnio para los familiares, fusilamientos) que les esperan.
La portavoz de la Oficina del Alto Comisionado de las Naciones Unidas para los Derechos Humanos en Seúl, la danesa Signe Paulsen, estima que China es crucial para evitar el sufrimiento de los desertores.
Paulsen sabe que la situación es crítica sobre todo para las mujeres, que forman parte del 70% del total de desertores. Pero sin datos fiables y sin la colaboración china es casi imposible darle una solución a este virtual tráfico de blancas.
Eun-mi Han lo sabe bien. Pasó entre el 2010 y el 2015 recorriendo el norte de China, fingiendo ser parte de la minoría coreana de la zona que tiene nacionalidad china, hablando poco para que no le pregunten de dónde es su acento. Ahorrando para pagar a los traficantes de desertores chinos. Temiendo ser traicionada. Cargando una hoja de afeitar para suicidarse por si la atrapaban. De paso, convirtiéndose al catolicismo por su contacto con los misioneros.
Desertores de Corea del Norte que llegan al aeropuerto de Seúl tras un viaje por China. AFP
En el 2015, emprendió su nueva huida. Tomó a su hijo y emprendió la peligrosa ruta que la sacó de China. Pasó por Vietnam, Laos y Tailanda, donde fue detenida por ser inmigrante ilegal. Esa era la idea: que la arrestaran en ese país para que la deportaran… a Corea del Sur. Por fin.
No todos los desertores son campesinos. Hay intelectuales, militares y estudiantes. Todos, según cuenta Gyeong-seob Oh, investigador del Instituto de Políticas para la Reunificación, deben pasar por un período de seis meses de adaptación al estilo de vida de Corea del Sur. Los desertores son considerados ciudadanos por parte de Seúl y son enviados a vivir en diversas zonas de la República capitalista.
El problema es que no todos se adaptan con rapidez ni con la misma valentía. Eun-mi Han, por su poca preparación académica, trabaja en un local de comidas y se siente tranquila, sobre todo porque recuperó la capacidad de presentarse a sí misma y de vivir por algo.
Adaptarse también ha sido duro para el académico Hyeong-soo Kim, quien era nada menos que funcionario del régimen comunista, profesor universitario, biólogo de profesión y que incluso formó parte del equipo médico que estudiaba la salud del dictador y la de su familia para fabricarle medicinas. Él, por supuetso, no sufrió por la hambruna, pero tampoco estaba conforme. Presenció ajusticiamientos y cadáveres. Debía huir.
Como muchos, accedía clandestinamente a la radio surcoreana e incluso a las telenovelas del vecino capitalista.
Por su posición pudo ahorrar USD 8 000 para pagar a la red de traficantes de desertores y deslizarse, en el 2009, directamente por mar a Corea del Sur con su familia gracias a pasaportes falsos. No pudo llevarse consigo a su madre, que murió en prisión.
Hyeong-soo Kim no pudo encontrar un trabajo a la altura de sus credenciales académicas, pues sus conocimientos fueron adquiridos, por ejemplo, leyendo viejos manuales de la era soviética. Decidió aprender desde cero, qué más daba. Hoy busca un PhD y vive de dar charlas sobre la represión que se vive en el norte.
No todos logran adaptarse como Hyeong-soo Kim y justamente eso ha generado que la reunificación nacional no sea una prioridad para la juventud actual. El gran debate está en el costo para el sur si debe hacerse cargo de una nación de 25 millones de personas acostumbrada a un régimen pavorosamente ineficiente y que no educa a su pueblo.
Pese a esto, la política oficial de la República de Corea sigue siendo anhelar la reunificación, estar listos para cuando colapse la dictadura del norte, obtener información para actuar a tiempo y salvar a todas las Eun-mi Han que ahora se juegan la vida por desertar.