Una vista de los muelles de Babahoyo, con las casas comerciales, un barco a vapor y las casas flotantes en el río, alrededor de 1920. Foto: Municipalidad de Babahoyo
Mulas traían de la Sierra a Babahoyo desde manteca de cerdo hasta hielo y nieve de las cumbres andinas, protegidos del calor con paja de los páramos. No faltaban reses, ovejas y borregos, carne salada y toda una variedad de verduras, frutas y granos.
Desde Guayaquil llevaban hasta las estribaciones de la cordillera occidental de Los Andes mercancías importadas, sal y azúcar, pero también arroz, plátanos y frutos tropicales.El punto intermedio era Babahoyo, la capital de la provincia de Los Ríos, que en estos meses concentró el interés nacional al registrar el caso cero del nuevo coronavirus en Ecuador, pero que en tiempos de la Colonia y todavía a inicios de la República fue conocida como Bodegas de Babahoyo o simplemente Bodegas.
La ciudad y el río que le prestan el nombre nacen en el punto de confluencia de tres ríos -Catarama, Pozuelos y San Pablo-. Allí se ubicaron los embarcaderos, las bodegas de tránsito, la Aduana y los Almacenes Reales para el control del comercio entre Guayaquil y las ciudades de la Sierra ecuatoriana.
El historiador guayaquileño José Antonio Gómez Iturralde dice que la carga que llegaba por el río Babahoyo y, más arriba, por el Catarama, era transportada finalmente en balsas hasta un pueblito en el nacimiento de la cordillera, y desde allí empezaba la subida en recuas de mula.
“Generalmente los arrieros eran de Guaranda o de San Miguel, la carga podía tardar semanas desde que salía de Guayaquil hasta llegar a Quito”, cuenta Iturralde. “El comercio conectaba por esa vía con la Sierra Centro Norte, de Riobamba hacia el norte, porque a la Sierra Centro Sur se llegaba por la vía de Yaguachi”.
La carga que iba desde Guayaquil al sur -a Cuenca, Loja y al norte del Perú- pasaba en cambio por el río Naranjal a Puerto de Bola, donde esperaban las manadas de acémilas para subir la cordillera, añade.
En la actualidad, Babahoyo evoca su pasado comercial basado en sus vías fluviales y su comercio. Foto: Cortesía Municipio
Las balsas de la prehistoria continuaron sirviendo en la época hispana. Y así la ruta Guayaquil-Babahoyo-Quito se consolidó casi a la par con la fundación de las ciudades.
Juan Salazar de Villasante, corregidor de Quito, Cuenca, Guayaquil y Puertoviejo entre 1563 y 1564, describía el viaje desde Guayaquil hasta el Desembarcadero de Babahoyo a mediados del siglo XVI como un trayecto en balsa que tomaba tres días.
“Hay tantos lagartos que cubren el río”, escribió. En el Desembarcadero “la gente reposa y espera cabalgadura” que venga por ellos y “recueros para llevar las mercaderías hasta Quito”.
La población era llamada indistintamente Desembarcadero o Bodegas en las crónicas de la época colonial, por los almacenes que se habían construido para embodegar los productos a la espera de los arrieros que debían transportarlas en buen estado a su destino.
En su Enciclopedia del Ecuador, el historiador Efrén Avilés apunta que al propio río comenzó también a conocerse por entonces con el nombre de Bodegas. Las balsas ancestrales mejoradas continuarían sirviendo como único medio de transporte a lo largo del periodo hispánico. Eventualmente, se agregaron otro tipo de embarcaciones como bergantines, pequeños barcos a vela -poco propicios para navegar mucha distancia río arriba-; o lanchas chatas con cubierta, vela en cruz, remo y timón.
Babahoyo fue unos de los más activos puertos fluviales del Ecuador en la época de esplendor de los vapores de río (1840 y 1940), barcos que transportaban carga y pasajeros entre Guayaquil y Babahoyo y que navegaban por los ríos de la región.
Entre 1870 y 1940 era frecuente que en las puertas de los almacenes de Guayaquil se exhibieran papeles denominados avisos de salida de los vapores fluviales con un dibujo de la nave, apunta Clemente Yerovi Indaburu (1904-1981), expresidente ecuatoriano y quien fuera capitán de vapor fluvial, en el libro ‘El siglo de los vapores fluviales’.
“El rápido, grande y cómodo vapor Chimborazo saldrá para Samborondón, Babahoyo, Catarama, Caracol y puntos intermedios el día miércoles 18 a las 4 pm”, rezaba uno de los avisos que describe la ruta río arriba que también hacía la carga con destino a Quito.
La rapidez y comodidad de los viajeros eran relativas en estos barcos, que se iluminaban con lámparas de kerosén y contaban con salones, incluso camarotes y tocadores para señoras, pero en los que el servicio higiénico era exclusivo de la primera clase.
Un viaje de Guayaquil a Babahoyo en canoa de pieza requería unas 30 horas en estación seca y 40 en lluviosa -75 kilómetros de distancia ahora por carretera, una hora y media en automóvil-.
Los bunques o ‘canoas de pieza’ estaban generalmente construidos de un solo tronco, se movían como las antiguas balsas a vela, timón y remo con una capacidad de carga de 600 kilos. Los barcos a vapor cubrían el mismo trayecto entre 6 y 9 horas, pero requerían 200 quintales de leña para entre 10 o 13 horas de operación.
Yerovi Indaburu dejó testimonio de cómo lucían los muelles de Babahoyo en los que se disputaban la orilla toda suerte de barcas, canoas y embarcaciones. Las balsas-habitaciones conformaban una verdadera ciudad flotante, apunta en el libro que publicó en 1992 como coautor el historiador Julio Estrada Ycaza.
Las personalidades de la época de oro del cacao tenían sus propias “barcas-casa” que comenzaron a vivir su declive a fines del siglo XIX, terminando convertidas incluso en burdeles flotantes.
El cacao era el principal producto exportable y era transportado en tramos, por balsas y por barcos a vapor a Guayaquil desde esa zona del río Catarama. De hecho, el ‘boom’ del cacao ecuatoriano entre 1870 y 1925 guardó estrecha relación con el auge de la actividad fluvial en la Costa.
Las canoas “vivanderas” fueron convertidas incluso en alojamientos, como el Hotel Indaburu, que se dice era “tan cómodo y más seguro que los de tierra” pues en época de lluvias Babahoyo se inundaba, mientras el hotel sobre una balsa seguía flotando acoderado al malecón. Las tantas balsas de baño, indispensables instrumentos de aseo en una ciudad que carecía de agua potable, se adueñaron de una docena de sitios a comienzos del siglo XX. “La nueva red de agua potable las haría obsoletas”.
El malecón de Babahoyo es ahora un agradable y moderno paseo turístico y la ciudad conserva como evocación de otros tiempos un conjunto de pequeñas casas flotantes de caña, madera y techos de zinc a orillas del río San Pablo, donde viven todavía pescadores.
¿Cuándo terminó la febril actividad fluvial entre Babahoyo y Guayaquil? Con la llegada del ferrocarril a Riobamba para 1905 fue decayendo el volumen de carga con destino o procedente de la Sierra. Las recuas de mula y caballos disminuyeron día a día y no tardaron en desaparecer.