Los habitantes participan en las mingas de reforestación y charlas sobre concienciación ambiental.
El agua se desliza en las estribaciones orientales de la cordillera de los Andes, dentro del espeso bosque del Collay. Su verdor también acoge gran diversidad de flora y fauna y, por eso, los habitantes de Delegsol, Puzhio y La Unión protegen este territorio.
Desde el 2015, estos pobladores del cantón Chordeleg, en la provincia del Azuay, se unieron a la Mancomunidad del Collay, que agrupa a 17 parroquias de ocho cantones, para conservar y restaurar los ecosistemas naturales de la zona.
El Collay es un bosque de vegetación protectora, que ocupa territorios de Azuay y Morona Santiago, en el área de influencia del río Paute. Tiene
29 000 hectáreas, de las cuales 3 568 están en Chordeleg.
Cada junta parroquial nombró un guardabosque, quien recorre de lunes a viernes su territorio. También se concienció a la población sobre el cuidado e importancia del bosque, como proveedor de los servicios ambientales.
Ángel Álvarez cuida 1 868 hectáreas en Delegsol, que en
su interior tiene cinco rutas. El sendero más distante es de ocho horas de caminata y supera los 3 000 m de altitud.
La tarea de los guardabosques es cuidar que no exista tala de árboles, cacería de animales, incendios forestales ni ingreso de ganado, para evitar que las heces contaminen las escorrentías de agua.
En el entorno hay lagunas y quebradas que forman los ríos Cunutambo, Pailones y Montaña Negra; y aguas abajo alimentan al Celel y Shío, afluentes del Paute. De esta cuenca hídrica se benefician más de 10 proyectos, entre ellos el de agua potable, que abastece al centro de Chordeleg.
Según Álvarez, en principio fue una tarea dura porque algunos campesinos pastoreaban el ganado dentro del bosque. Luego entendieron que son lugares que sostienen la vida del planeta, dijo Vicente Jara, vocal de la Junta Parroquial de Delegsol.
Este proyecto también tiene la vigilancia y apoyo del Municipio de Chordeleg, organizaciones comunitarias y del Ministerio del Ambiente.
En la actualidad, los jefes de hogar se involucran en los recorridos y mingas de reforestación de plantas nativas. El año anterior sembraron 15 000 especies. En las escuelas, los niños reciben charlas sobre educación ambiental.
En invierno, este bosque nativo pasa nublado; en verano, deja ver a los centenarios árboles de sarar, romerillo, guagual, pumamaqui, en cuyas ramas crecen copiosamente los musgos, bromelias, orquídeas, helechos y huicundos.
Desde cualquier mirador se observa la tupida vegetación, donde habitan osos de anteojos y colibríes, principalmente. También hay venados, pavas, tigrillos, conejos, etc.
Del oso andino no hay estudios, pero es fácil encontrar las huellas de sus pisadas entre los senderos y las marcas de rasguños en los árboles.
En cambio, en el 2015, científicos de Estados Unidos, Polonia, Inglaterra, Brasil, Colombia, Perú y México identificaron 60 especies de colibríes, el ave sagrada para las culturas ancestrales kichwas.
Ellos permanecieron tres meses en el Centro Turístico La Tranca, para registrar a estas aves que revolotean buscando el néctar en las flores con los primeros rayos de luz.
En Delegsol hay una zona preferida por estos inquietos habitantes, que llegan atraídos por la presencia de abundantes plantas de moras silvestres, orquídeas, platanillos y demás.
Camuflan sus nidos en recovecos entre la tierra y la vegetación, para proteger los huevos de la lluvia y del sol. Generalmente, los guardabosques conocen dónde están y también cuidan esos espacios para garantizar su reproducción.
Las familias viven de la agricultura, ganadería y del tejido del sombrero de paja.
En invierno la temperatura promedio es de 5° C con lluvias, y en verano puede superar los 20° C.
Alrededor de 450 familias de las tres parroquias cuidan esta reserva natural.
Según los vestigios, fue un asentamiento indígena que ya existía antes de la conquista española.