En Ecuador, los cultivos de quinua, por ejemplo, están protegidos contra el uso de transgénicos. Foto: El Comercio: archivo José Mafla
‘Nada de lo que comemos es salvaje, o lo que lo activistas denominan como natural”. Con esta sentencia, el cronista Manu Joseph realizó, para el periódico indio Hindustan Times, un exhaustivo viaje alimentario a través de lo que día a día se come en las calles de la India, uno de los países con mayores problemas de desnutrición en el Asia. Este recorrido lo inició inmediatamente después de que 110 premios Nobel suscribieran una carta en la que rechazan la posición de Greenpeace y otras organizaciones ambientalistas que critican el cultivo de alimentos genéticamente modificados.
En su viaje, Joseph se encuentra con los miles de hambrientos de la India cuya dieta diaria se basa en una mezcla de arroz con, básicamente, lo que haya a la mano: un poco de carne, algo de verduras o, simplemente, un vaso de agua. Y a la luz de las investigaciones de las últimas dos décadas, él se suma a los Nobel en la defensa de alimentos como el arroz dorado, rico en vitamina A y que permitiría reducir los niveles de ceguera y problemas cutáneos.
No es nueva la polémica en contra de los alimentos genéticamente modificados. En la última década, organizaciones ambientalistas han criticado estos cultivos, sustentándose en que estos productos contaminan las tierras donde se producen y son la principal causa del cáncer.
Sin embargo, los 110 Nobel (entre ellos 100 ganadores del Premio en las ramas de la Medicina, Física y Química) sostienen que estos productos son los únicos que pueden garantizar una soberanía alimentaria en zonas donde la agricultura no da abasto a las necesidades de la población. Para muestra está el caso del wema, una planta de maíz con una alta tolerancia a las sequías y resistencia a los insectos. Para el 2017, está previsto su cultivo en Sudáfrica para su posterior expansión por el continente africano.
Con esto, se intenta reducir los costos de producción del maíz hasta en un 40% y cubrir las necesidades alimenticias básicas de más de un 30% de la población del África subsahariana.
Asegurar la alimentación de una humanidad en intenso crecimiento es una de las preocupaciones de instituciones como la FAO. En su informe ‘Los organismos modificados genéticamente, los consumidores, la inocuidad de los alimentos y el medioambiente’ la organización hace eco de una investigación de Michael Wilson, del Instituto Escocés de Investigación Agrícola.
Este asegura que “para alimentar a 10 800 millones de personas en el año 2050 habría que convertir 24 millones cuadrados de selva virgen, zonas silvestres y tierras marginales en tierras de cultivo”. Una cifra que podría reducirse considerablemente si se toma en cuenta una producción agrícola que cuente con una correcta investigación biotecnológica.
En la actualidad, y según una encuesta realizada el 2013 por la FAO, en 193 países, un 59%de este universo no produce cultivos modificados genéticamente. Otro 22% dijo que lo realiza con fines comerciales o para la investigación. El Ecuador constaría en el primer grupo de encuestados.
Y si bien en el país existen regulaciones para la comercialización de transgénicos, para el biotecnólogo Darwin Escobedo esto resulta un freno en la investigación y comercialización de nuevos tipos de semillas. Él explica que prácticamente todos los cultivos de papas que existen en la zona andina son productos de esta clase de experimentos, pero de tipo artesanal. Resalta que de hecho existen registros de ensayos de este tipo desde la época precolombina.
Escobedo, al igual que Joseph, afirma que la producción de plantas enriquecidas con vitaminas o resistentes a ciertas problemáticas, como las sequías, es una de las soluciones más eficaces para promover una alimentación nutritiva, a pesar de que la población no pueda acceder a proteínas de carnes, por ejemplo.
En su respuesta a la polémica carta suscrita por los Nobel, Greenpeace señala que “el 30% de los alimentos producidos en el mundo terminan en la basura. Solo con esto tendríamos lo suficiente para alimentar a todas las personas que habitan la Tierra hoy día y los que podremos llegar a ser en el 2050 (sin intensificar más la agricultura y sin utilizar cultivos transgénicos)”. La organización afirma no estar en contra de la biotecnología en ambientes confinados.