Imagen referencial. La campaña ‘Seremos Las Últimas’ busca convocar a sobrevivientes de los abusos de un ‘instructor’ de gimnasia olímpica en Quito. Foto: Pixabay
La historia podría estarse repitiendo este julio del 2019. Pero a unas familias les ocurrió hace 16 años, a otras hace 21. Apenas terminaba el ciclo escolar y los padres buscaban un curso vacacional, en el que sus hijas pudieran engancharse, de forma permanente. Nunca hubieran creído que se enfrentarían al abuso sexual, en un gimnasio del norte de Quito.
El espacio aún está abierto. Por eso, Stephanie, de 29 años; así como Salomé, de 24; y otras tres mujeres más se animaron a hablar tan alto, como para que aquello que les pasó no suceda más. Y lo hacen en esta primera semana del fin de clases en Sierra y Amazonía.
Rubí, de 55 años, es el padre de Salomé, que en este momento estudia una maestría en España. Este jueves 11 de julio del 2019 la recuerda de 8 años. El hombre sonríe, su niña era alegre, juguetona, siempre fue muy afín a las actividades físicas. Su madre, Ximena, siempre cuenta como anécdota que era tan ágil, que una vez se quedó colgada de un lugar de la cocina, sin ninguna dificultad, cuando se cayó una silla.
Esta familia tiene cuatro hijos: Sofía, de 26; Salomé, de 24; Pedro, de 18; y Miguel, de 11. Me decían exagerado –anota- porque buscaba siempre la forma de proteger a mis hijas. Sofía no estaba tan interesada en el curso de gimnasia; así que le pidió que ingrese porque su hermana menor, Salomé, ansiaba hacerlo. “Me imaginaba ‘las dos estarán juntas y se protegerán’”. Pero no fue así.
Stephanie, de 29 años, ingresó al gimnasio a los 8, también en un vacacional; pero fue avanzando en los conocimientos y el instructor le dijo, como a otras niñas, que podía ir todos los días para convertirse en una gimnasta profesional; otro grupo acudía solo martes y jueves y fines de semana.
¿Qué les sucedió? Primero era todo muy confuso a la hora de los ejercicios, el instructor le tocaba los glúteos y ella la primera vez no sabía si lo hacía para sostenerla, impulsarla, ayudarle… Luego se volvió repetitivo y ya metía sus manos en su licra. Igual situación vivió Salomé.
“Es un tipo manipulador, en esto de violar niñas no da pasos en falso, se asegura de tener tu silencio, de que sientas suficiente miedo, de ganar legitimidad con tu familia, de mostrarse como alguien que está ahí para ayudarte, que es muy duro y disciplinado, pero que lo hace por tu bien”, relata Stephanie en la oficina de Surkuna, en el centro norte de la capital.
Con el impulso de Surkuna, estas mujeres y sus familias han emprendido la campaña ‘Seremos Las Últimas’, a través de la que buscan convocar a otras sobrevivientes de los abusos de este ‘instructor’ de gimnasia olímpica. No quieren que una sola niña más corra su suerte; buscan que más voces se unan a su causa, para lograr el cierre de ese gimnasio y que se haga justicia.
Hace ocho años, cuando Salomé tenía 16, salió rumbo al colegio, temprano como siempre. Cuando su padre Rubí se dirigió al comedor encontró una carta escrita en manuscrita, dirigida a él y su esposa Ximena.
Salomé había vivido de un psicólogo a otro, con problemas alimenticios, cortándose. Su familia pensando que era la adolescencia. Pero en la carta les contaba que sufrió acoso y abuso sexual en ese gimnasio, por parte de su instructor. Sí, el hombre en el que confiaron tanto. El hombre que le telefoneó a Rubí para preguntarle por qué de pronto, luego de dos años de prácticas dejaron el gimnasio. Entonces le respondió que las niñas ya no quisieron ir. Ahora recuerda que ese hombre insistió ¿por nada más?
“Era un pedófilo maldito”, les contó su hija. Y con la ayuda de un abogado, que conocieron en un club de atletismo, pusieron la denuncia en la Fiscalía, pero más tarde supieron que no era un profesional especializado en el tema penal y que el caso había sido archivado.
“‘Seremos Las Últimas’ ha generado conmoción, nos han escrito padres que tienen a sus hijas ahí, también mujeres que quieren contar sus historias, están en el proceso de romper el silencio”, dice Verónica Vera, de Surkuna, quien estuvo al frente de la campaña ‘No Callamos Más’.
En ese espacio digital, Salomé decidió compartir su dolor. Y así fue como Stephanie confirmó que no estaba loca, que habían vivido lo mismo. Entonces contactaron a más chicas que conocían de ese gimnasio. Y ya suman cinco testimonios.
El equipo de abogadas de Surkuna tiene una estrategia jurídica, pensada desde las organizaciones de derechos, para no permitir que este caso quede archivado y olvidado. Pero, reitera Vera, “mientras más mujeres se acerquen, esto tomará fuerza, no solo es el tema penal que se activará sino otros caminos. Queremos que se cierre el gimnasio, como medida de protección, para prevenir que se repitan estas historias, y pedimos que los padres no minimicen violencia; les dirán que un tocamiento es parte del entrenamiento, no lo pueden permitir”.
Surkuna busca también que el Estado regule las actividades extracurriculares y vacacionales que se ofertan. Actualmente ninguna entidad estatal está a cargo. “Lo que pasó en ese gimnasio es una muestra del limbo legal en que están estas actividades”.
Salomé, desde el extranjero, en donde cursa una maestría en Nutrición, está pendiente de los avances de la campaña. Anhela llegar a más padres de familia. ‘Seremos Las Últimas’, se repiten y se dan fuerza.