Mirtha, una estricta matriarca de la danza

Dos hijas y cinco nietos de Mirtha Costales (cen.) siguen sus pasos en la danza y la investigación cultural. Foto: Glenda Giacometti / EL COMERCIO

Mirtha Costales es una maestra estricta. Obtener un puesto en el elenco de danza folclórica Los Arabicos, que ella fundó, requiere de esfuerzo y disciplina. Orgullosa cuenta que ni sus hijas ni sus nietos, quienes siguen sus pasos artísticos, tuvieron privilegios. Todos lucharon para ser incluidos en las coreografías.

Es una mujer rígida y perfeccionista en los ensayos. Cuando baila su rostro cambia, se ilumina y una sonrisa amplia se dibuja en sus labios.

Tres generaciones de su familia están involucradas en la danza folclórica. En el escenario ellos siguen al pie de la letra sus instrucciones y cuando dejan sus trajes coloridos y no están bailando también acuden a ella para pedir su consejo. Es una madre y abuela amorosa, cuentan sus hijos y nietos.

Mirtha se inició en la danza a los 17 años, cuando estaba por graduarse en el Colegio Santa Mariana de Jesús. En 1968 llegó a Riobamba el elenco de Patricia Aulestia, quien presentó la obra Daquilema.

Ese espectáculo hizo que se enamorara de la danza tradicional. Ella proviene de una familia de historiadores e investigadores culturales que la impulsaron a visitar las comunidades indígenas de la provincia para que contara en sus coreografías sus costumbres, fiestas populares y tradiciones.

Ese mismo año se trasladó a Quito para estudiar en la academia de danza. “Vivir sola fue difícil. No pude encajar en ese ambiente liberal, yo era una chica de provincia”, admite.

Al poco tiempo retornó a Riobamba para formar su grupo. Allí se dedicó a organizar festivales intercolegiales y a buscar entre los centenares de jóvenes que acudían a sus talleres a los más talentosos para integrar su elenco.

Los Arabicos se convirtió en uno de los grupos más representativos del país, no solo por la belleza y la sincronía de las coreografías, sino también por su contenido histórico. Mirtha no se perdía ninguna fiesta indígena y aprovechó los conocimientos de su abuelo, Alfredo Costales, para producir coreografías como La Venada.

Esa obra es una de sus creaciones insignes y ha sido recreada por múltiples agrupaciones de todo el país. Retrata la cacería de venados en los páramos de Chimborazo. En una de sus presentaciones más memorables, Mirtha cantó en kichwa, tocó el tambor y bailó.

Las paredes del Teatro Alhambra, en Quito, retumbaron por los aplausos. El público gritó “Viva Riobamba” y ella lloró por la emoción, cuenta.

No todos los espectáculos están marcados por los buenos recuerdos. En 1980, cuando representaba al Ecuador en Bolivia, uno de sus estudiantes murió en el escenario a causa de la altura. “Fue la presentación más triste de mi vida”.

A los 19 años, Mirtha se convirtió en madre de su primera hija, Karina. Lo que más recuerda de su embarazo es que aun cuando se encontraba en un avanzado estado de gestación nunca dejó de bailar.

Unas horas antes de dar a luz a su bebé se presentó con su grupo en la plaza de toros en Riobamba. Tras bailar enérgicamente su fuente se rompió. Cuatro días después del parto volvió a los escenarios.

“Mi esposo siempre me apoyó. Desde pequeños mis hijos recorrieron el país conmigo, siempre estaban en la primera fila de cada actuación”.

Ella dice que la maternidad no la cambió y que la rutina en la danza continuó, sus allegados piensan que la volvió más sensible y que su trato con sus estudiantes se tornó maternal.

Su hija Karina vivió su infancia y juventud en medio del ajetreo de las presentaciones y los entretelones de los espectáculos. Ella ahora es la directora artística de la agrupación.

“Mi madre fue más estricta conmigo que con los demás bailarines. Me tomó años ganarme un lugar en el grupo”, recuerda Karina.

En Riobamba es considerada una matriarca de la danza folclórica debido a que los directores de otros grupos reconocidos de la ciudad se formaron en su salón de baile. Ellos la siguen llamando maestra y dicen que sus enseñanzas les marcaron para siempre.

Alfonso Chávez, quien ahora tiene su propio grupo de danza, describe su experiencia como estudiante de Mirtha en tres palabras: esfuerzo, sacrificio y disciplina. Él cuenta que no se admitían atrasos ni faltas.
“La recuerdo con gratitud, como a una madre”, dice.

Juan Carlos Huaraca, coordinador del colectivo Chimborazo por la Cultura y director del grupo Ñucanchic Ecuador, también fue su estudiante.

“La maestra nos inculcó la investigación. Nunca permitió que utilicemos un vestuario que distorsionara lo que estábamos representando, y eso es algo que muchos directores aplicamos ahora en nuestros grupos”, dice Huaraca.

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