Pablo Molina prepara su comida según el Reto 250 000. Foto: Eduardo Terán/EL COMERCIO.
¿De dónde viene la comida que estamos ingiriendo? Esta sencilla pregunta es una de las más importantes que deberíamos hacernos al pensar en nuestra alimentación diaria. Saber qué procesos han recorrido los alimentos hasta llegar a nuestra mesa es uno de los criterios que mueve al Reto 250 000. El objetivo es promover una alimentación que se base en productos agroecológicos en las familias ecuatorianas.
Pablo Molina, músico y productor, se unió a este movimiento hace aproximadamente un año. Lo conoció a través de programas radiales enfocados en la soberanía alimentaria. Desde febrero del 2015, el reto se encuentra activo y la información para vincularse puede conoocerla en el portal ‘¡Qué rico es!’.
Esta unión con la comida lleva a sus seguidores a dar un paso más allá del reto almenticio. Para Molina, pensar en su dieta no se tornó en algo secundario ni obligatorio, “yo más que un reto lo tomé como un estilo de vida. Para mi es muy importante hacerme cargo de mi alimentación y saber qué me estoy llevando a la boca“.
Sus días cambiaron cuando tomó el papel de productor de su alimentación entera, lo que incluye tanto la elaboración de platos como la cultivación de ingredientes. Pero cuando no se puede conseguir todo en casa existen lugares amigables con el ambiente que se encargan de acercar frutas y vegetales de productores responsables.
Pablo Molina prepara su comida según el Reto 250 000. Foto: Eduardo Terán/EL COMERCIO
Cada jueves, Molina se acerca al mercado agro ecológico Alma Zen que se dedica a conectar productores con un público consumidor de alimentos sanos. Encontrar estos espacios es sencillo, la misma página del reto ofrece opciones en toda la ciudad.
Lo que primero que se busca en estos mercados es reconocer al producto porque ha sido tratado con atención personalizada y sin productos químicos o agrotóxicos. “Saber que hay gente que está trabajando a la vieja usanza, sin pesticidas ni estimulantes nutritivos para mi es una garantía de que la tierra está alimentando esos productos“, indica Molina.
Las diferencias en color, textura, tamaño y sabor son bastante pronunciadas entre un producto comercial y uno agroecológico. Los tonos más profundos y la superioridad en tamaño son las primeras características que se puede diferenciar en un producto comercial.
La compra en el mercado cada semana le permite a Molina descubrir productos como el salak, una fruta con piel de serpiente que deja resequedad en la boca. Este es otro detalle que engancha a los seguidores del reto, la oportunidad de descubrir nuevos sabores que no se hallan en los mercados tradicionales.
La importancia del mercado agroecológico es la trazabilidad que pueden tener sus productos. En Alma Zen, el Valle de Los Chillos es en donde se cultiva la gran mayoría de alimentos en venta. Entre los más solicitados -cuenta Fernando Ponce, organizador de la feria de alimentos- está el kale o col crespa, una variedad de col que es alta en vitamina C, betacarotenos y calcio, entre otras propiedades.
Molina utiliza el kale en ensaladas. Sus menús, como manda el reto, abundan en alimentos sanos y conscientes. Parte del Reto 250 000 implica armar una comida con elementos agroecológicos. Para lo que Molina combina el kale (también puede ser espinaca) con chochos en la ensalada y un toque de limón para la vinagreta. El plato fuerte lo hace con quinua salteada en cebolla y tofu (de nuez y trigo orgánico).
Cena para el Reto 250 000. Foto: Eduardo Terán/EL COMERCIO.
Para Molina, en la ciudad sí es posible vivir de una alimentación responsable. Además la situación geográfica de la capital le ha permitido tener acceso inmediato tanto a los granos y cereales andinos como a las frutas de la Costa y la Amazonía. Algo que debería ser aprovechado por gente que busque en su comida una forma de apoyar la economía solidaria y sobretodo proteger su salud.
La preparación de Molina es una invitación a participar con pasos pequeños en un reto que busca erradicar tanto el sobrepeso como la desnutrición. Steve Sherwood, miembro del Colectivo Nacional Agroecológico y Ekorural, explica que la meta es abrir un canal de pensamiento en el que los ecuatorianos sean cada vez más específicos en lo que consumen. No hay límite de tiempo, pues están conscientes que a ello tan solo se llega con una familia a la vez.