Sería ideal que con protestas, voces indignadas y la detención de un puñado de polleros en Ecuador, El Salvador u Honduras terminara el maltrato, las extorsiones y los asesinatos de migrantes en México. Pero no será así. Estos delitos de vieja data, en los que participan narcotraficantes y autoridades, tienen vida para largo.
El cambio se dará cuando mude la fase “primitiva” en que se mueven ahora los traficantes de drogas en el país azteca hacia una más “sofisticada”, como la colombiana. Cuando dejen de lado la etapa sanguinaria por una menos llamativa, aunque no necesariamente mala para su negocio. Recuerde que aunque los crueles carteles de Cali y Medellín ya no operan, la producción de cocaína sigue al alza en Colombia.
Mientras los narcos en México venden droga, secuestran, roban y trafican con personas, todo con estruendo, los colombianos han aprendido a sobrevivir sin hacer olas. Tienen pactos con autoridades, paramilitares y guerrilleros, y en ocasiones la justicia cae sobre ellos, pero no siembran el miedo de antes.
Varios académicos mexicanos sostienen que los carteles de su país continuarán desquiciados por 8 a 10 años más.
Para garantizar derechos mínimos a los migrantes, deberá bajar la violencia extrema y cuajar reformas legales y crear una nueva policía. Incluso tendría que generarse un quiebre cultural, que cosecha hoy décadas de tolerar ilegalidad, trampa y corrupción.
En cuanto a las políticas inmediatas que podría adoptar el Gobierno a favor de los migrantes, nada indica cambios importantes. Lleva 15 años ofreciéndolos, pero no llegan. Otro asunto que no tiene horizonte es la prometida reforma migratoria de Obama. No hay una correlación de fuerzas a favor. En contraste, se envían soldados a la frontera, más agentes migratorios y levantan nuevas bardas. Más de 900 migrantes latinoamericanos murieron los 2 últimos años por tal estrategia. La mayoría intentó ingresar a EE.UU. por zonas menos vigiladas, las más inseguras.
Para que los migrantes se expongan menos a la violación de sus derechos, tendría también que mejorar el crecimiento económico de los países que los expulsan. No se alcanzarán en un plazo mediato niveles de desarrollo que anulen esa necesidad, Además, la atracción que ejercen los primeros migrantes con sus familiares se irá fortaleciendo.
Otro pendiente es enmendar la política antidrogas prohibicionista, la que ha inyectado combustible a los narcotraficantes devenidos ahora en polleros. El diagnóstico de los expertos es claro: el consumo es imposible anular, la salida: la legalización controlada.
Aunque digamos “basta”, los migrantes caminarán años más por zonas minadas de México.