La semana anterior, el Ecuador debió acompañar, en el paso a la vida que supera a lo terrenal, a dos ciudadanos de real ejercicio de democracia: Jorge Zavala Baquerizo y Raúl Baca Carbo.
Zavala posiblemente fue el mejor penalista del Ecuador, desde la segunda mitad del siglo XX. En el libre ejercicio de la profesión, en sus obras -indispensables de leer para estudiosos del derecho- y en la cátedra fue maestro y guía.
No necesitó título de cuarto nivel para que su cátedra convoque a escucharlo y a aprender de él. Nos separaban veinte años de edad -él debió cumplir este mayo 92 años y yo en julio tendré 72 años-.
No fui su alumno de curso regular, pero al igual que otros ingresé a su aula para escuchar sus clases magistrales. Luego fuimos compañeros de docencia y, cuando llegué al Rectorado de la Universidad de Guayaquil, año 1994, Zavala ya se había retirado, pero le convencí que se reintegre.
Ya en edad avanzada, Zavala llegaba antes de las siete de la mañana y nadie se atrevía a llegar tarde a sus clases. Escribí el prólogo de una de sus obras e intervine en presentaciones de otras.
Pero, más allá de su calidad de abogado y maestro, fue ciudadano en su pleno ejercicio. Desde los años cuarenta del siglo XX sufrió la represión del poder, preso en Guayaquil, el año 1946, fue llevado al Panóptico en Quito.
En la dictadura fascista de 1963, también fue trasladado al Penal en Quito. Nunca se quebraron sus convicciones. Siempre su único “delito” fue el ejercicio de su palabra contra formas totalitarias del poder. Vicepresidente de la República, legislador y Presidente del Congreso Nacional, dialogó cuando correspondió hacerlo. Nunca supo de odios ni de distancias insalvables, en el entorno de respeto y democracia.
Raúl Baca ejerció con plena honestidad la función pública en varias ocasiones. Pero debo destacar su paso por la Legislatura. Fue un hombre amplio, respetado aun por sus contradictores, porque él fue ejemplo de respeto en sus acciones y en su palabra.
Cuando irracionalidades alimentaban, desde la Cámara Nacional de Representantes, enfrentamientos contra el presidente Jaime Roldós Aguilera -año 1980-, la voz y la actuación serena de Baca, elegido por tales cualidades Presidente de la Cámara, permitió una relación de convivencia democrática.
Nunca se prestó para manipulación alguna en el ejercicio de su dignidad. Lo viví personalmente, el 1 de junio de 1981, cuando se le planteó la posibilidad de que se aborte la sesión que debía designar Vicepresidente de la República, al haber pasado Osvaldo Hurtado a la Presidencia del Ecuador, por el fallecimiento del presidente Roldós, Baca no lo hizo. El hecho lo conocí tiempo después, por su propio testimonio.
Vida eterna, para Zavala y Baca. En democracia y respeto, cumplieron con la patria.