Cuando un país descuida la producción o su gobierno arremete contra la inversión privada termina en lo que vive Venezuela: desabastecido. Por ahí transitaron en su tiempo Chile y Perú. El Estado angustiado agrava el daño asumiendo responsabilidades que no le corresponden. Confirma lo que se advertía: es torpe cuando quiere hacer de gran empresario y decide sustituir a la empresa privada. Por eso, el diario El País de España en un artículo titulado “Algo huele mal en Venezuela” que publicó en su versión virtual del 22 de junio hacía referencia a la descomposición de un poco más de cien mil toneladas (así como lo leen 100 000 toneladas) de alimentos importados por el Gobierno.
La cifra ya de por sí suena escandalosa, pero el Gobierno venezolano la considera como poco representativa pues no llega, según su afirmación, ni al 1% (como lo leen uno por ciento) del inmenso caudal de alimentos que entrega al pueblo a través de la empresa estatal Mercal.
Días antes ya ocurrió otro hecho que a cualquier gobernante le debería producir verguenza: el Gobierno de República Dominicana le devolvió un barco cargado con 60 contenedores llenos de latas de atún, leche y pasta caducadas, que, según relata El País, habían sido enviadas como ayuda humanitaria para Haití (como lo leen: ayuda con alimentos dañados).
Estos son ejemplos de la forma poco precavida como actúan gobiernos que se creen predestinados para resolver los problemas de sus colectividades pero carecen de principios, organización, incentivos y dedicación, además de no atender sus obligaciones primigenias.
Cuántos casos más existirán pero no aparecen por la ausencia de un sistema democrático con organismos contralores autónomos e independientes. Lo cierto es que estas 100 000 toneladas significan, poniéndolas como referencia, el equivalente al consumo de carne, nada menos ni nada más que 660 millones de raciones diarias que servirían para comer carne todos los días durante un año a una ciudad de dos millones de habitantes (léase Guayaquil para el ejemplo)
Significa también, calculando a USD 4,40 el kilo, un valor de USD 440 millones, o lo que es lo mismo para ponerlo en un contexto pecuario el equivalente a la carne despostada de 625 000 cabezas de ganado (otra vez la cifra es increíble), pero, según el Gobierno de ese país, es apenas el uno por ciento de lo que importa o abastece a su población.
“Zapatero a tus zapatos” es la lección de esta horrible noticia.
El Estado debe hacer lo que le corresponde y nada más y debe hacerlo bien. Meterse de redentor sin tener facultades ni un mandato es, como ya lo sabíamos, entrar por un sendero de derroche que además ni siquiera llega al plano populista sino al de una irresponsabilidad culposa que no se merece ningún país.