Yo hablo. Yo decreto. Yo dicto. Yo insulto. Yo disminuyo públicamente a las personas. Yo construyo. Yo soy lo máximo. Yo soy invencible. Yo hago lo que quiero. Yo cumplo las leyes si me convienen. Yo respeto si quiero. Yo publicito. Yo hago propaganda. Yo soy yo. Yo logro. Yo pido el voto. Yo me burlo. Yo culpo. Yo mando.
Esto es el yoísmo, término inventando que intenta resumir un comportamiento, casi una forma de ser que se visualiza, se siente y se vive como una realidad política en muchos países. Una enfermedad contagiosa que convierte en plaga y que, sino, es mal ejemplo para los jóvenes, familias enteras y empresas. Hay quienes se piensan estrellas o, pretenden ser pulpo, que todo lo toca y alcanza con sus largos y envolventes tentáculos. Se creen líderes, pero son caudillos. El liderazgo crece con el paso de la historia. El caudillismo suele disminuirse hasta desaparecer, porque en lo negativo no se crece.
El ego exacerbado a la milésima potencia se infla de sí mismo, se ciega ante las realidades, escucha, dice y hace sólo lo que quiere o cree querer y se pierde en el camino con sus propios “seguidores”; adoradores que suelen, por miedo o por no dejar de ser favoritos, mentir, engañar, decir sí a todo. Faltando a lo principal en una relación humana, la seriedad de la verdad aun cuando duela, la honestidad y claridad, respetarse a sí mismos para no ser simples aduladores.
Quienes, personalmente, profesional o como empleados de empresas públicas o privadas o, como políticos se dejen llevar por la ceguera del egoísmo y la vanidad y no acepten sus fallas, pero no de boca para afuera, sino en lo más profundo de su ser, podrán destituir a medio mundo, culpar a los más cercanos y queridos, señalar a la prensa ‘corrupta’, pero no aceptar su soberbia y prepotencia, a la larga no sobrevivirán.
Momento de profunda reflexión en lo personal para aquellos que tienden a la adulación para no ser descalificados de un grupo. Para las familias, porque este mundo descompuesto pide equilibrio e igualdad. En lo empresarial para poder, en Ecuador especialmente, formar equipos de trabajo fuertes y que logren metas que creían inalcanzables. En lo político más que nunca, para concienciar que los pueblos piensan, no son borregos, disciernen con inteligencia y nunca votan porque así les ordenan y menos, en función de mentiras y engaños. La lección queda en algunos casos y de ella se aprende, el secreto es alcanzar el liderazgo y no ser simples caudillos.
En el caso de los políticos, sin diferencia alguna por su posición, deben entender que cuando se comprometen a ser candidatos y ganan una elección, se comprometen a servir a su comunidad haciendo obras con los dineros que aporta a través de impuestos y otros. Las obras se hacen para llenar las necesidades de los ciudadanos, no para crecer egos ni vanidades de los políticos. La esencia del mandato popular es servir sin buscar reconocimiento. Las obras son por y para el pueblo por la responsabilidad adquirida implícitamente en cada voto que recibió. Dejemos el yoísmo de lado que de a poco los países que nos rodean nos están mostrando los resultados.