Después de más o menos tres años de su instauración, la llamada revolución ciudadana muestra varios aspectos contradictorios, luces y sombras que vale la pena destacar.
En los asuntos internacionales llama la atención el dilema que enfrenta el Gobierno en sus relaciones con Venezuela y Colombia. Parece que el Régimen se muere de ganas de estrechar todavía más las tratativas con Venezuela, pero varios factores lo impiden. Al parecer el venezolano ya no es un modelo a imitar, en varios sentidos: ya nadie duda de que la economía de ese país sufre niveles de deterioro que la podrían poner en los contornos del abismo. La inseguridad en Caracas, según reportan los periódicos y los medios de comunicación que todavía pueden reportar, son escalofriantes y no hay autoridad pública que pueda controlar la violencia. El modelo político, sin embargo, sigue siendo atractivo: una dictadura de reelección presidencial perpetua, nutrida por los subsidios para sostener la popularidad y la adhesión popular a un proyecto autoritario. A la fórmula se debe añadir el asedio constante a los medios de comunicación que se nieguen a difundir la verdad gubernamental y que no entren en la lógica del culto a la personalidad del poder político. Una fórmula seductora, sin duda.
Por otro lado, el Régimen se ha visto obligado, a regañadientes, a hacer las paces con Colombia, a pesar de que podría ser mejor negocio político tener al Gobierno colombiano como enemigo. Como, contra todo pronóstico, el nuevo presidente Santos (hasta ahora) ha resultado menos guerrerista y menos confrontacional que el viejo presidente Uribe (hasta ahora), el oficialismo (por ahora) ha tenido que aceptar la rama de olivos.
Las contradicciones son más profundas y las paradojas son más evidentes en el tema productivo. A pesar de que en la campaña electoral se prometió (todas las promesas políticas son temporales y falsas) una economía pospetrolera, este ha resultado el más petrolero de todos los regímenes y la más petrolera de todas las economías. Del petróleo salen todos los conejos del sombrero: los subsidios, las propagandas y las políticas públicas canjeadas por votos y simpatías. Mientras en Gobierno presume de un Código de la Producción del que se espera más empleo, más inversión y más dinamismo económico, el oficialismo se enorgullece de echar abajo los tratados de inversión con Gran Bretaña y Alemania. ¿En qué quedamos entonces? ¿Inversión o no inversión? ¿Trabajo o desempleo? ¿Petróleo o no petróleo? Me adelanto, aventuro la respuesta: entre la inversión y la vida, la vida. Entre la dignidad y el empleo, la dignidad.