Uno de los conflictos políticos y existenciales que hoy vivimos los ecuatorianos es que estamos de acuerdo en muchos “qué” pero tenemos serias discrepancias en los “cómo”. ¿Todos queremos salir del viejo modelo primario exportador? Sí. Para esto, ¿es crucial el papel de la educación, de la ciencia y tecnología? Sí. Por tanto, ¿queremos una revolución educativa? Sí.
Pero ¿cómo lograrlo? La apuesta oficial es nítida: la universidad Yachay y la Ciudad del Conocimiento son instrumentos de vanguardia en este propósito. Así indican sus documentos: “…Esta Universidad es un elemento crucial para el Sistema de Educación Superior ecuatoriano porque propone, en la práctica, un modelo de universidad altamente adecuado para la sociedad del conocimiento…: 1. Integra un modelo de ciudad que articula el conocimiento científico desarrollado en la universidad, la investigación generada en los Institutos Públicos de Investigación, y el desarrollo de negocios a través de ideas emprendedoras que tendrán como fin el mercado. 2. Esta universidad articula un proyecto de transformación social y política que apunta a redefinir la matriz productiva ecuatoriana y el modelo de acumulación de la economía y la sociedad del país. (Yachay (b), 2013, tomado de Arturo Villavicencio, “De la universidad funcional a la universidad de la razón”).
El modelo economicista de ciudad-universidad que se propone es el de una “zona fabril de conocimiento” productora de mercancías-patentes de alto nivel de rentabilidad. La lógica lineal y mecánica sugiere una secuencia que va desde la producción al mercado: el conocimiento científico que nace de la universidad se transforma, en los institutos, en conocimiento aplicado (tecnología), la que a su vez es vendida por empresas especializadas. Lo que no se dice es que, hoy más que nunca en la historia de la humanidad, quien configura la “producción” es el “mercado”. Así, debido a las condiciones de desarrollo del país, el pequeño mercado nacional incidiría levemente en la producción de Yachay, quien respondería sobre todo a la poderosa y volátil demanda de las multinacionales, siempre y cuando su oferta se imponga en la feroz competencia frente otras “fábricas de conocimiento” de países más avanzados tecnológicamente.
De ser así, Yachay -con todo el apoyo del Estado- se convertiría en una suerte de maquila de conocimiento al servicio del gran capital transnacional. Regar este modelo ultraneoliberal a todo el debilitado sistema educativo universitario sería desvincularlo más aún de la realidad y de las múltiples y diversas necesidades nacionales (Villavicencio, 2013). ¿Entonces? ¿De qué tipo de cambio de la matriz productiva hablamos? ¿De qué “revolución” educativa hablamos? ¡Qué peligro! Mucho por investigar, debatir y proponer. Universidades: ¡digan algo!