Hace ya 108 años...

Cuentan los historiadores y los chismosos que al llegar el siglo XX -año 1901 y siguientes- hubo una euforia periodística en Quito. Pero no se trataba de periódicos de algún peso sino de limitadas páginas generalmente críticas, algunos de cuyos nombres se recuerdan: El Orden, El Tarugo, El Chapa, El Quiteño, El Voto Libre, La Ortiga, El Teléfono, El Liberal, La Avispa, La Reforma, La Voz del Obrero. En 1904 llegó a la capital El Tiempo, órgano liberal alfarista nacido en Guayaquil. En 1905 aparecieron El Imparcial, La Verdad, La Fronda, El Buscapié. Eran, por cierto, voces conservadoras o liberales, nacidas para pelear... y morir. Gobiernistas y antigobiernistas, básicamente. Alfaristas y placistas, por añadidura. Barricadas antes que periódicos, de acuerdo con las descripciones. Con redactores aficionados y algunos de relieve medio, en un país que recordaba y admiraba a figuras del pasado, especialmente a Eugenio Espejo, Juan Montalvo, Pedro Moncayo, los tres realmente calificados, pero con publicaciones que también duraron poco tiempo en el complejo panorama nacional.

Bien. Al ambiente periodístico quiteño de 1906 ingresaron los hermanos César y Carlos Mantilla Jácome, nacidos en Píllaro, quienes viajaron con su madre a Quito, para estudiar y progresar. Los dos mostraron aficiones empresariales, defendiéndose inicialmente con una agencia de transporte, trabajando día y noche, ofreciendo al público sus coches. No se quedaron allí. Buscaron algo más interesante y un día concibieron la idea de fundar un periódico en la capital. Con dos ideas básicas. Que sea independiente y que no muera como el resto. Tenían 29 y 27 años. "Nuestro periódico es un servicio social, pero también un medio para subsistir", dijeron francamente, cuando el 1 de enero de aquel 1906 circularon con 500 ejemplares. Se quedaron con 200 y tuvieron que parar al día siguiente por causa de un golpe militar alfarista. Pero luego lo hicieron tan bien, con tanto esfuerzo, con tal eco, eficiencia y entusiasmo que triunfaron y sentaron un ejemplo, seguido con afán renovador de generación en generación, hasta hoy. Con algunos problemas pero con un lema virtual: siempre adelante.

Otro caso. Por esos días del mismo 1906 se reunieron los comerciantes y agricultores de Quito, lamentando una vez más, que su ciudad -cercana a los 100 000 habitantes- no tuviera ni un solo banco. Dos habían surgido -Quito y la Unión- pero fracasaron, mientras en Guayaquil funcionaban con éxito varias instituciones financieras, con el Banco Comercial y Agrícola, de Urbina Jado, a la cabeza. "Queremos un banco", plantearon. El r ecién nacido Diario EL COMERCIO apoyó la idea. El nuevo Jefe Supremo, Eloy Alfaro, quien volvió al poder el 1o de enero -del famoso año 1906-, también vio con buenos ojos la inauguración de un banco en Quito. En abril se reunieron 50 interesados que pusieron 450 000 sucres, no más. Manuel Jijón Larrea, millonario de la época, tuvo que poner 150 000 más. Nació así el Banco ­Pichincha, con un capital de 600 000 sucres. Todo eso hace 108 años, ni más ni menos.

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