Despertarse por la mañana después de los 60 años es un albur. Cuando no le duele nada, ni el codo, ni la rodilla, ni apareció el calambre en la pantorrilla izquierda, uno puede entrar en pánico… porque de pronto tampoco está respirando y estrenando otra vida, la del más allá.
Afortunadamente, desde que tengo 67 años siempre me duele algo al despertar. En general, un inicio de artrosis, si no he hecho seriamente los ejercicios recomendados en las últimas sesiones de fisioterapia; un malestar estomacal o un ligero dolor de cabeza por la copita de vino al final de la reunión.
Yo sé que desde hace unos 10 años, tan pronto cambió mi dieta de la noche, duermo mal y sobre todo me despierto pésima. Pero hoy estoy viva, con dolor de estómago, de rodilla y con un día lleno de reuniones y trabajo. Que no se me olvide comprar ese cojín lumbar para la silla del computador. Y llamar a mi hermano en Francia, que acaba de ser operado.
El teléfono timbra: es una amiga que me cuenta que se despertó con un lumbago muy doloroso y que no podrá venir a la reunión. Le cuento mis dolencias y nos despedimos con humor, cada una con la fórmula tan oportuna de ‘cuídate mucho’, fórmula que no entendía cuando tenía 30 años y que hoy en día me parece bella y oportuna.
‘Cuídate mucho’ es una expresión muy femenina. No la he oído sino rara vez en boca de hombres. Lógico: el cuidado de otros, de otras, habita nuestro género desde hace milenios.
Y sigue el día. Caminar una hora diaria -me lo recomendó el cardiólogo-, pero me duele la rodilla y tengo que suspender la caminata: complicado cumplir con las múltiples recomendaciones de los galenos. Y con una sabiduría de sentido común que me llegó con la edad, nunca leo los consejos de salud de los periódicos… o, peor, los consejos dietéticos de las revistas femeninas.
Nada de grasa y buenísimo el brócoli para prevenir el cáncer, pero dos ramitas de brócoli y tendré problemas de colon toda la tarde. Y en cuanto a los ocho vasos de agua al día, me hacen reír. Con cuatro ya me siento a punto de reventar. Y los jugos sin azúcar: un suplicio. ¿Quién puede tomar una limonada sin azúcar? No soy masoquista, soy feminista y me gusta la buena vida.
Y aun cuando sabemos que los años vienen acompañados de achaques, el feminismo nos ha permitido saber que los años no nos impedirán nunca el baile y hemos aprendido a reír de ese cuerpo que ya no nos obedece como quisiéramos, y a ratificar esta certeza de que si bien el cuerpo envejece, el deseo persiste.
Incluso, una muy buena amiga dice que “con los años es mucho mejor estar sola que bien acompañada”. Mi soledad habitada que nunca me permite pensar que me siento sola, acompañada de achaques y de amigas es el mejor remedio para seguir viva.
El Tiempo, Colombia, GDA