Hay una famosa frase que, de acuerdo al historiador Enrique Ayala Mora, apareció escrita en los muros de Quito poco después del 10 de agosto de 1809: “Último día de despotismo y el primero de lo mismo”, para significar que a pesar del cambio de tipo de régimen de monárquico a republicano, la opresión a las libertades de la ciudadanía seguía siendo la tónica.
Luego de las elecciones de 5 de febrero, parece que los quiteños nos enfrentaremos a una disyuntiva similar, ya no entre diferentes tipos de despotismo, sino entre un gobierno de la ciudad caótico y otro que probablemente será igual, por más buena voluntad que tengan algunos candidatos.
El problema es que gracias a la proliferación de movimientos políticos, efecto de un sistema de partidos mal diseñado en el que constituir una organización política de estas características es lo más fácil del mundo, tenemos compitiendo en Quito a 12 candidatos a Alcalde y el mismo número de listas para concejales.
Eso, sumado al método Webster para asignación de escaños, provocará, primero, que Quito tenga un Alcalde con poca legitimidad de origen. Es decir, que serán más los quiteños que no habrán votado por éste. Y, segundo, que tendremos un Concejo Municipal sumamente fragmentado, en el que para el Alcalde elegido será muy difícil construir mayorías. Es decir, casi el mismo escenario de la Alcaldía anterior.
Eso redundará en la falta de gobernabilidad, en la imposibilidad de llegar a acuerdos, en la disputa por espacios de poder y, obviamente, en el descuido y olvido de las necesidades de la ciudad, como fue en el periodo del Alcalde destituido, en el que, además, hubo varios escándalos de corrupción.
Así lamentablemente, con cualquiera de los candidatos que sea elegido, lo más probable es que a partir de su posesión, el escenario en la Alcaldía sea de inmovilismo, de poca eficacia, de disputas políticas y por espacios de poder, es decir, que tengamos más de lo mismo. Espero equivocarme.