Tanto los ‘chavistas’ en Venezuela como los ‘correístas’ en Ecuador coinciden en diagnosticar que los problemas sociales y el atraso que sufren ambos países, se deben a que han permanecido por décadas -e incluso siglos- capturados por “élites” que han usado el Estado y sus instituciones para extraer recursos de la sociedad.
‘Chavistas’ y ‘correístas’ también coincidieron en que la única manera de corregir esta situación era rompiendo el control que las “élites” tenían sobre el Estado. Para ello era necesario acumular un poder presidencial sin precedentes y eliminar los posibles contrapesos a ese poder, que únicamente servían para que las “élites” pudieran bloquear las reformas y conservar sus privilegios. Si las instituciones se encontraban capturadas, era necesario desmontarlas para construir un nuevo estado libre de influencias indebidas.
Esta plataforma política ha resultado inmensamente popular y está, en buena medida, detrás de los reiterados éxitos electorales que han obtenido los gobiernos de Venezuela y Ecuador. Hasta hoy los votantes han ratificado una y otra vez en las urnas, la necesidad de establecer gobiernos poderosos y autoritarios, que puedan actuar con independencia de las “élites” tradicionales y en favor del resto de la sociedad.
El diagnóstico es acertado y el procedimiento, sin duda, ha resultado eficaz. Tanto el ‘chavismo’ como el ‘correísmo’ han logrado efectivamente marginar del control del Estado a las “élites” económicas y políticas tradicionales. Basta mirar cómo las primeras se quejan reiteradamente por las dificultades que enfrentan a la hora de influir en las decisiones públicas y cómo las segundas ven cada vez más limitado su acceso a las cuotas de poder político.
¿Pero y ahora qué? Luego de 14 años de chavismo en Venezuela las “élites” tradicionales han sido reemplazadas por nuevas ‘élites’ -económicas y políticas- que controlan las instituciones estatales. Con el enorme agravante de que el Estado que hoy dominan cuenta con un poder sin precedentes y no enfrenta contrapeso alguno, una situación “ideal” con la que las ‘elites’ de antaño tan sólo habrían podido soñar.
Incluso si asumimos ingenuamente que el Gobierno ecuatoriano más poderoso de la historia republicana, no puede ser cooptado por antiguas o nuevas ‘élites’, nada garantiza que no pueda serlo uno futuro. De ser así, el ‘correísmo’ habría colocado a la gran mayoría de ecuatorianos que no forman parte las ‘élites’ que se valen del Estado y sus instituciones, en una situación aún peor que la que supuestamente regía en el pasado.
Esperemos que los ‘correístas’ no sólo hayan contado con un plan para acumular poder y marginar a las ‘élites’ tradicionales, sino también con uno que evite que el proceso derive en algo parecido a la Venezuela ‘chavista’.